domingo, 10 de febrero de 2013

Sólo un ratito libre.





Sólo un ratito libre


         Los azules ojos se clavaron en el horizonte. Otra vez.
         La mirada se paseó por la línea que separa la tierra del cielo, hasta topar con la cegadora luminosidad rojiza del atardecer.
         La suave música, escuchada tras unos auriculares blancos, inundaba sus pensamientos, mientras, el mar seguía gritando su inacabable estrofa contra la arena. Pero ninguno de los susurros llegaba a sus oídos.
         Sólo el lamido de las olas en sus pies unía los dos mundos, el suyo y el otro, en el que vivían el resto de las personas.
         Sólo el roce de la brisa comunicaban los aromas desprendidos, en parte por la mar, en parte por el momento, en parte por ella misma.
         Tuvo que apartar la mirada del sol, por obligación.
         —Todo acabo haciéndolo por obligación —pensó con fastidio.
         Bajando la cabeza, refugió su momentánea ceguera en el suelo. Según fue aclarándose, fueron perfilándose unos blancos, suaves, cuidados y ligeramente arenosos pies femeninos, semi-hundidos en la fina arena. Los dedos, con las uñas pintadas de diferentes colores,  se movieron ligeramente arriba y abajo de forma inconsciente, puede que para guardar el equilibrio, quizá por simple acto reflejo. Como queriendo remarcar su protagonismo.
         Mientras, el ligero viento jugueteaba con el vuelo del vestido blanco que le cubría apenas las rodillas.
         Y la música, inspirada en la Belle Époque francesa, seguía sonando en su cabeza, nostálgica y melodiosa. Coincidía plenamente con su estado de ánimo.
         Sin saber por qué, quizá por la misma razón por la que nunca pensaba antes de hablar, fue bajando la cabeza, mirando cada vez más abajo, hasta llegar a mirar a través de sus piernas. Hacia atrás.
         Así, en esa posición, totalmente encorvada, con las rodillas semiflexionadas y apartando con ambas manos su falda, escrutó el paisaje vuelto del revés, que se extendía tras de sí.
         Observó a la poca gente que aún se encontraba en la playa, disfrutando del atardecer, de la soledad o simplemente paseando románticamente con su pareja. Alguno, haciendo su tradicional carrera.
         Un poco más allá, el tipo que antes había intentado ridículamente impresionarla con sus ejercicios musculatorios, seguía en sus trece con cualquier chica mona que pasaba cerca de su posición. Ella sonrió al verlo del revés.
         Justo al lado, un poco separados, dos chicos, seguramente extranjeros, bebían cerveza amigablemente mientras reían los aspavientos del morenote musculoso.
         Se fijó en sus propias huellas dejadas por sus pies, hasta su posición, en la húmeda arena. Las siguió desde donde aparecían hasta donde el agua las había borrado.
         Se le antojó una historia. La historia de una chica… ella misma por ejemplo, que no sabía andar si no veía huellas. Se preguntó cómo podría hacer para desandar lo andado o avanzar por terreno nuevo. En su cuento, la chica, después de haber avanzado por las huellas de otro, se percató de que la marea había borrado todas las marcas.
         En seguida se olvidó de la historia. Ella era así.
         —Frente a mí, el mar. Detrás, la orilla, la arena —susurró para que nadie la escuchara— ¿O es al contrario?
         Decidió, que en esa posición, el mar estaría detrás y la tierra, frente a ella.
         También se olvidó de ello.
         Una ola algo más fuerte de lo normal, la sacó de su ensimismamiento y le permitió notar la presión de la sangre en su cara, al llevar tanto rato en esa ridícula posición.
         Su  vista regresó inconscientemente al morenazo pavo que seguía desplegando todo su armamento físico.
         Los dos chicos, seguía divertidos con el espectáculo.
         No, los dos no. Se percató de que uno de ellos no miraba al florero, sino directamente a ella.
         Al notar que le había descubierto, éste le sonrió y, con gesto cómplice, alzó su cerveza en señal de brindis.
         El resto, fue un cúmulo de circunstancias. La sangre acudió con más fuerza a su cara impulsada por la vergüenza y la mirada se desvió al suelo justo en el momento de llegar la siguiente ola, la cual desequilibró sus pies y fue a parar con su trasero en el agua.
         Y así quedó, sentada frente al sol, las piernas extendidas  y con la falda empapada.
         Uhm... Resultaba agradable sentir en las piernas las suaves y tiernas lametadas del fresco mar. Cerró los ojos para sentir. Y otra historia acudió a su cabeza. Y otro aroma. Pero el mismo sol.
         La sangre retrocedió. La música seguía sonando. No oyó la risa de los muchachos. Ni se percató del musculoso moreno que fue raudo a rescatarla de esa situación. Simplemente, también olvidó el momento, pues otro había comenzado. Más intenso, más reciente.
         Hundió las manos en la arena hasta las muñecas…
         Respiró.

         Toño Diez.


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