sábado, 27 de julio de 2013

El mar (fragmento del libro "Borrador de un libro en blanco")


        
El mar
(fragmento del libro "Borrador de un libro en blanco") 
(...)

       Sentada en uno de los bancos que miraban al estanque, dejé viajar la mente reposando la mirada en los tranquilos patos que, de vez en cuando, sumergían la cabeza en el agua, buscando quien sabe qué, y sacándola al segundo para sacudirla violentamente, la dejaban sin rastro de humedad.
         Pequeños y asustadizos gorriones que disputaban migas de pan y frutos secos a las palomas, entre sonoros y agudos chillidos.
         Y mientras, con la mirada fija en el agua, dejaba que el silencio empapado de sonidos verdes, rodeara sin tapujos el momento de descanso mental y sentimental. Dejaba que el abrazo de la inopia, el estado de la carencia de ansiedades y el minimalismo de la realidad, refugiase por el momento, la intranquilidad de ser quien era y de estar donde y como estaba.
         Con los brazos cruzados, sin descolgar la mochila de la espalda, ligeramente inclinada hacia adelante y las piernas extendidas, abandonaba las sensaciones dejándolas flotar en el limbo de la espera.
         Porque a veces, las emociones pueden esperar a ser atendidas. Porque a veces, necesitan ser apartadas para dejar espacio para respirar, para tener la posibilidad de coger carrerilla para poder continuar, para seguir corriendo, aunque las piernas duelan, y saltar. Saltar tan alto, que ni los sueños sean capaces de alcanzarte. Saltar, hasta que la noche te cace. Saltar, para escapar.
         Saltar y creer escapar.
         Poco a poco, el gris de los ojos se fue tornando blanco. Al momento, los parpados fueron los que interceptaron ese color, sumiéndolo en un oscuro pero iluminado encierro. Oscuridad iluminada por la música que ofrecía cada rama, cada hoja tocada por el aire lanzando leves suspiros, cada gota que liberándose de su prisión en lo alto, saltaba en loca y silenciosa carrera aérea, para acabar alegremente estrellada contra el suelo, una rama, el agua del estanque o sobre la hierba, cada nota escapada por cada pico, cada boca…
         Todas esas sensaciones, fueron empujando en la frente, consiguiendo, obligando a la cabeza echarse lentamente hacia atrás, seguida del resto del cuerpo, hasta reposar letárgicamente contra el respaldo del banco. Y así, respirar. Suave. Intenso. Despacio. Profundo.
         Espacio de color, oxigeno fresco y esperanza en despertar y no encontrar, la miseria que atesora la realidad y el futuro.
         Sonido de gaviotas... gaviotas...
(...)





 Texto: Toño Diez. 
 Foto: Iván Arencibia Photography