lunes, 25 de febrero de 2013

La Cordura (1 de 2)





La Cordura (1 de 2)


         Y el infierno cada vez está más cerca.
         Tras la equidistancia de lo superfluo y lo profundo, tras la bastedad del tiempo y tras la negrura de lo desconocido… el infierno aguarda.
         Las enormes paredes blancas, de esta enorme habitación de dos por dos, no hacen sino reflejar todas las esperanzas que intento emitir al exterior. Y ya no tengo fuerzas para seguir ahuyentando a los malos pensamientos y a las peores vibraciones.
         Si no fuera por la intención verdadera de ser lo que no soy, de estar donde no puedo, o de fundirme en el espacio como una autentica energía cósmica, no estaría aquí.
         Pero no tengo la más mínima intención de esconderme. Ni de esconder lo que otros esconderían por miedo. No quiero más por menos, ni alto por ancho, sólo quiero lo mío. Sólo reclamo el derecho a ser yo, o tú, o él. Y dejar de serlo cuando me plazca o cuando tenga necesidad de hacerlo.
         Y el infierno sigue acercándose, lento pero inexorablemente. Sus fauces, puedo verlas ahora que han apagado las luces. Puedo sentirlas ahora que han cerrado las puertas. Su aliento babea saliva en mi nuca, sangre de ansioso deseo carnal… y grita.
         Grita obscenos insultos en mis oídos, y amenazas terribles. Todo a un volumen tal que mientras grito intentando sobreponerme a él, nadie puede llegar a escucharlo. Ellos sólo me escuchan a mí.
         Y no está sólo. Miles de bastardos demonios encarnados añaden sus voces al estruendo.
         “¡Ya no puedo más, ya no puedo más!” murmuro en un estallido de desesperación que clama la necesidad de autodestrucción.
         Autodestrucción negada sistemáticamente por quien decide de forma unilateral, aclamarse como guardián de mi cordura, sin saber que es esta la que me da las razones necesarias para mantenerme… loco.
         Quiero y no puedo. Hablo, grito, susurro, espero, muero y despierto. Y mientras hago esto, nunca, nunca dejan de gritar.
         Dos por dos, dos por dos, dos por dos… con frenéticos pasos cuento las esquinas del enorme local, mientras espero. Los brazos chocan con las blandas paredes de forma incoherente, mientras la forma hipnótica del suelo, del techo… hipnóticas, hipnóticas, hipnót…
         Sentado siento. De pies lamento. Tumbado tiemblo…
         Vuelo. Ahora vuelo. Pero no escapo. No despego.
         ¡Dios! ¡Si me dejasen en paz! ¡No quiero más escuchar! Ruidos y lamentos, retumbar de truenos inconexos, voces, voces y más voces. No quiero escuchar más.
         Nadie lo entiende. Pero el fin se acerca. Me lo han dicho ellas, las voces. Y siguen gritándomelo una y otra vez. Ahora no, ahora no  las tengo, las tengo, se fueron, están aquí, gritan, y oigo sollozos ¿Son míos? No hay nadie ¡No hay nadie!
                Grito. Y lo hago con toda las fuerzas que añaden a mi voluntad, las de la razón.
 

          Toño Diez.

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