jueves, 14 de febrero de 2013

Viejo (3 de 4)





Viejo (3 de 4)




         Y había más cosas como haber observado más veces el atardecer; haber madrugado muchos más días para respirar el frescor, pasear por las húmedas calles, o por los parques llenos de rocío; haber dormido más veces bajo las estrellas; haber chapoteado en los charcos; haber gritado en los acantilados; haberse manchado de barro, pintura…; haberse calado hasta los huesos bajo la lluvia, haber dibujado en su cuerpo con lápices de colores… Haber reído más. Haber reído mucho más. Mucho más con ella. Y mucho más de sí mismo.
         Y tenía que haberla mirado mucho más.
         Ahora, con sus huesos doloridos, sus ojos desgastados, su voz temblorosa y sus músculos entumecidos, a lo único que podía aspirar era a reconocer a su compañera de vida y recibir sus abrazos y cariño. Y no era poco eso, pero quedaba corto, muy corto, porque la factura era dura y muy pesada.
         Sentía que ya estaba todo finalizando. Él estaba acabando.
         Y no le daba miedo terminar, sino hacerlo sin dejar su propio “punto y final”. Por lo menos en las cuestiones verdaderamente importantes de su vida. No quería dejar cabos sueltos. Por eso estaba decidido a escribir sus volátiles recuerdos. Era una forma de revelarse contra su propio e inevitable destino. La única cura que podía resistirse al olvido. Lo escrito, ya no se olvida, aunque no se recuerde.

Pero cada vez lo veía más complicado. Cada vez se le hacía más cuesta arriba. Recordar, a veces era tan duro como difícil. Llegaba incluso a confundir los recuerdos reales con los creados por su propia imaginación. Y había tanto que contar…
         La ventaja era que, entre realidades no dolía nada, no sufría, no recordaba. Lo doloroso se encontraba fuera. Era notar cómo se marchaba poco a poco.
         Se le antojaba ser un avión en la pista de despegue, preparado para elevarse, cogiendo cada vez más velocidad y al fin, elevarse a los cielos en una inclinación imposible. Para nunca volver a aterrizar.
         Abrió los ojos ¿o quizá ya los tenía abiertos? Sí, estaban abiertos. Le escocían por lo secos, aunque no dejaban de lagrimear.
 

          Toño Diez.



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