miércoles, 26 de junio de 2013

Utopoética de una guerra (Fragmento del último capítulo del libro "Relatos, sentidos y utopoesías")


Utopoética de una guerra
(Fragmento del último capítulo del libro "Relatos, sentidos y utopoesías")



Existe un lugar en la tierra,

de cuyo nombre no puedo acordarme,

o quizá sea que no quiero,

por estar cerca el cielo,

de la tierra y del suelo.



Un lugar entre luchas de un dueño,

que antes de dos enfrentados,

existía un sólo pueblo.

Y que ahora puede ser leyenda,

sueño o cuento.



Rayaba ya el alba,

en la plaza segunda del pueblo,

separado por el torrente,

el mismo nombre partido,

con casas y mitad de gentes a un lado,

y al otro el mismo gentío,



La madre lloraba con pena,

suplicando al soldado de turno,

que llamara al jefe de guerra,

o al responsable que fuera del mismo.



La madre lloraba de pena,

al recordar el día que vino,

la guerra a llevar a su hijo,

a luchar por algún señorío,

que ni iba ni venía en su tierra,

pero que el poder lo había exigido.



—Hace más de dos años,

y mi hijo volver no ha podido.

Si vos hacéis por saber, si esta aún vivo,

prometo agradecer el desvelo,

con lo poco que queda conmigo.



—Señora yo no lo sé,

que somos muchos luchando.

Quizá yo lo maté,

quizá él acabe conmigo.

Quizá sea mi amigo,

o puede que mi enemigo.



—Soldadito, soldadito, tienes la edad de mi hijo,

si me abrazáis por hacerme creer,

que sois él yo te suplico,

agradecida te estaré,

por el tiempo que estés conmigo.



El chaval abrazó a la mujer,

haciendo ser su hijo,

con lágrimas en los ojos,

creyendo hacerlo a su madre,

deseando ser su hijo.



Y siguió así la pose hasta que,

la voz de trueno de un hombre,

sobrepasó el enlace unido,

y los brazos desconocidos de dos,

adheridos por el mismo dolor,

separaron los cuerpos de ambos,

por la mirada permanecieron unidos.



—¡Soldado a su posición!

¡Que nadie ha ordenado perderla!

Y séquese los ojos, los dos,

que no es de valientes llorar,

aunque sea por su amor perdido.



Comandante por fuerza mayor.

Cicatriz en la cara, gafas de sol.

Un trueno duro por voz.

Altivez en la barbilla,

Paso noble en la zancada,

y una pistola en la cintura,

que amenaza más que habla,

con potencia en la palabra.



—Mi comandante no lloro yo,

que fue arena arrastrada,

por el viento que se ensañó,

con fuerza en mi mirada.



—Mentir es de cobardes,

mas no llorar por amor.

No escuches al comandante.

Que te mande el corazón.



Así respondió la madre,

al que tenía trueno por voz.

Y así enmudeció al comandante,

porque tenía razón. (...)






 Texto: Toño Diez. 
 Foto: Nicolás Saracchini Fotografias