martes, 8 de agosto de 2017

Continúa en Borrador



Continúa en Borrador

 
Cuando la oscura realidad atenaza el alma, el pecho; cuando sientes que los intestinos se retuercen hasta asfixiar la garganta, dejando sin aire los pulmones, sin sangre el corazón…; cuando el vacío de sentimientos es tan intenso, tan atroz que duele el sólo hecho de existir, te das cuenta de que vives en el infierno.
Todo lo bello, todo lo amoroso, la hermosura del cielo, los colores, las bellas palabras, las sonrisas, el buen olor, los chapuzones en frescas aguas del verano, la hierba, la tierra recién llovida, los besos, los abrazos, la música en compañía… compañía; vivir por una misma, alguien que me necesite, la vida… por las cosas simples... las noches oscuras y las no tan oscuras… en el infierno no existen. Todo es falso, un espejismo de deseos que de esperados se tornan estúpidos. En el infierno todo carece de sentido. Incluso el dolor intenso no deja de ser el mayor de los ridículos, la más absurda y grotesca broma de una realidad que únicamente existe por él, para él.
En tal realidad siempre tienes miedo, siempre tiemblas, nunca miras. Y existe. Sabes que existirá mientras tú sigas viviéndola porque eres su fin y razón de ser; su entelequia, esencia y sustancia; eres desenlace, nudo y conclusión; eres sin dudarlo, sin oportunidad de resistencia, escenario y guión.
Es infierno y te ha tocado vivirlo. Eres abismo y debes asumirlo. Condenación, averno y perdición. No eres nada al tiempo que todo reside en ti, porque eres pecado, víctima y malhechora; eres mártir y te inmolas riéndote de tu propia sangre, porque te sabes merecedora del castigo y fornicas con cien demonios… tus demonios. Te sabes perdición… y en tal estado… ¿Quién quiere apostar?
Subástate cual sucia ramera sobada por mil manos, mil hombres de boca abierta, lengua fuera y barbillas ensalivadas; véndete por una gota de cianuro, dos gramos de droga… ofrece tu indecente cuerpo de mil olores y piérdete entre otros mil, porque tu infierno cuesta lo que tú misma vales, y vales lo que importas.
Cuando la oscura realidad atenaza el alma, el pecho… sabes que la caída ha sido fuerte y que no hay ya vértebra que te sustente, que tu cuerpo inerte ya no te pertenece, es de otros, de todos… y entonces…
Entonces, de pronto alguien pronuncia tu nombre. Alguien te llama por tu nombre. Y todo comienza de nuevo.
―Sonia… Sonia…
Y no, no es el mar. No es el mar.


Toño Diez.

jueves, 23 de marzo de 2017

Un mes desde la salida.



A un mes vista...




Justo cumple hoy un mes desde la primera presentación de mi última novela. Un mes desde la presentación en sociedad de un libro lleno de lugares, color, sentimiento, humor, sexo, magia…
Treinta días en los que la apuesta por un nuevo proyecto pasa de la ilusión a la realidad; del futuro al presente; de lo esperado a lo que sin lugar a dudas va llegando, poco a poco, paso a paso.
Y ya toca hacer cuentas respecto a lo que se ha pisado y el camino que se va andando. Y cuento:
Ciertamente, cuando se me propuso trabajar de nuevo con una editorial entorné los ojos. Lo hice justo hasta donde me permitieron seguir mirando, por no estrellarme. Más tarde, según pasó el tiempo, fui saboreando poco a poco algo que comenzó a inclinar la balanza hacia un lado: humanidad. Intentaré explicarme:
Si intento encajar sentimientos, cordura, humanidad, equilibrio y reivindicación social en cada una de mis obras ¿qué menos que rodearme de quien, a pie de campo, trabaja precisamente por hacer la vida más fácil a quien no tuvo elección de caminar por el sendero más tortuoso? ¿Qué menos que acercar mi hombro a aquellos que son capaces de abandonar el sofá y el cinismo de ser solidario desde el Facebook?
Tras breves encuentros y pequeños contactos, mi obra (La Alegría del Puente) quedó dispuesta para ser movida por el sinuoso circuito del mundo literario. Y comenzó a moverse. Hubo quien la rechazó, quien la ignoró y alguno se interesó por ella. Esto, en este mundillo, es una suerte, pues se suele tener que andar mucho para recibir simples rechazos.
Sin embargo, fuera por lo que fuese, con esta novela hubo reacciones… para bien y para mal. Me quedé con las positivas y seguí entornando los ojos para mirarlas. Muchos kilómetros de carretera, encuentros con diferentes opciones, algún premio literario de por medio y, lo que acabó por determinar el objetivo, la capacidad de trabajo y esfuerzo.
Sin duda, alguien que da tanto trabajando tanto, no puede perder el tiempo en engañar a nadie. Alguien que  se sostiene a base de impregnar en cada esfuerzo, sus mejores sentimientos (aun siendo de cristal), no puede tener mala fe.
Un tiempo después y tras algunos meses de trabajo, se presenta mi obra en el Café Iruña de Bilbao,
tal y como salen las cosas, con humildad, sencillez y buen humor. No demasiada asistencia al coincidir con partidos del Atletic, fiestas varias de cumpleaños y el comienzo del carnaval… pero con esa competencia, sin duda, nos quedamos los mejores.
Y yo con un gran sabor de boca al conocer gente excelente (siempre es lo que más me ha gustado de estas cosas).
Más tarde se repitió el evento en Soria, donde competimos con el frio y la nieve. Y de nuevo un enorme placer.
Luego, la visita a Objetivo Bizkaia, programa de Tele7 conducido por una alegre y cariñosa Susana Porras, me permitió lanzar a las ondas hertzianas mi anuncio…

En definitiva, un mes desde el inicio, y todo ha sido satisfactorio. Un mes en el que he podido comprobar que, independientemente de cuanta sea la respuesta de los lectores/as respecto a «La Alegría del Puente», ya salgo en positivo al tener la oportunidad de vivir otra vez experiencias, conocer personas geniales y una cosa que me arranca una pequeña esquirla del corazón y me devuelve un poco la esperanza en este mundillo: existen profesionales, gente seria y que cumple con lo que se acuerda con una firma (y no me cabe la menor duda que también con un apretón de manos), personas que se entusiasman con lo que de verdad importa, que son las personas, los sentimientos.
De tal forma puedo decir en este momento, que mi editorial, Agalir Ediciones, responde. Ni más ni menos, que no es poco. Su compromiso radica en acuerdos serios y en la humildad, sin aspavientos ni grandilocuencias, sino como se anda en la seguridad del paso a paso. Del momento.
Nunca se sabe qué ocurrirá mañana, pero lo que es seguro es que el hoy es lo único que existe. Y en ese «hoy» es en el que puedo decir que creo que no me he equivocado.
Un mes y todo funciona. Gracias Iñaqui, Agurtzane… Sentimientos de Cristal.

Toño Diez.

viernes, 17 de febrero de 2017

Presentación de La Alegría del Puente.

Hola a todas y a todos.

Tras varios meses de trabajo, colaboraciones, correcciones, etc. Ya es hora de anunciaros mi firma con una gran editorial bilbaína, conducida por maravillosas gentes llenitas de valores humanos, que es lo que más me ilusiona.
«Ediciones Agalir» ha decidido confiar en mi persona y mi intención es no defraudarles.

Para empezar y celebrarlo, ya tenemos calentito y sacado del horno mi nueva novela «La Alegría del Puente», que será presentada en sociedad el día veintitrés de febrero en el Café Iruña, de Bilbao, a las 19:00h.

Ahí estaré, para lo que preciséis quienes tengáis a bien pasaros, comentándoos los entresijos de dicha novela, firmando ejemplares, y sonriendo con enorme placer cualquiera de vuestras opiniones, comentarios, preguntas…

¡Os espero y espero no defraudaros!



domingo, 27 de noviembre de 2016

Satisfaceme











Tan pequeño y tan liviano. Tan ínfimo y sin embargo, tan pesado.
A saltitos, de puntillas, cantando, y por dentro, llorando.
Con la luz en las mejillas, como si fuera coloreando el campo,
para que todos le vean feliz, que nadie le encuentre sentado,
con la cara entre las manos, los ojos sin mirar. Soñando.
Escondido entre lápidas de mármol blanco, quien un día soñó ser luchador,
reposa todavía esperando.

Un día una diosa cosió pedazos de su piel, sus huesos y sus manos.
Construyó con ellos un  mundo. Con ellos y un cálido abrazo.
¡Protégeme! oh hada de los demonios que me habitan ¡Aléjalos de aquí...!
Sostén tu mano en mí y dame tiempo para esperar… más.
¡Que venga quien nunca se quedará, porque mi lado ocupado está!
Y ella, contando flores y llorando, clavaba en el mar puñales. Estacas en mil flores de azahares.
En idioma lisonjero, cantaba versos de miel de romero, y miraba… directa a los ojos.

Piel de cristal, párpados de invisible terciopelo. Y esos besos… sus besos…
Construyó un mundo entero para mí, donde sólo estaba yo. Lo hizo y se marchó.
Él se quedó en ese mundo, que era el suyo, sólo suyo. Suyo y sólo.
Risitas roncas que se escapan, tras dejar de llorar… por no llorar, mientras en mi escondrijo dejo un tiempo e intento olvidar,
y olvidando por olvidar jamás pude ya recordar,
que lo que ya no recordaba, no lo podía olvidar.

Espejo o careta; disfraz o ingenua desnudez. ¡Anímate, puedo sonreír!
No pasa nada, todo está bien.
En el pozo sólo quepo yo, y en este tiempo cuento estrellas para que me veas soñar.
Mientras espero a que la niebla venga. Es mi niebla, sólo la veo yo.
En su mundo quedó para siempre, hasta que el hada vuelva.
Sólo ella entiende qué ocurre en su mundo. Ella solo lo ve. Y su niebla.
Satisfáceme sólo un segundo, un segundo más.
Sólo ella entiende. Solo. Satisfáceme solo.





 Toño Diez
       

lunes, 21 de noviembre de 2016

Estatua de marmol.




Extendía los dedos al término de un brazo en alto, y alzando la mano en vano, buscaba un rostro como palpando un alma templada, dentro de una estatua de mármol.
Miraba perdida con ojos opacos, ahogando en deseos llorosos y sueños nostálgicos, esperanzas tiernas que buscando derrotas construyen falsos relatos; codiciando disfrazar de verbos, antiguos pasados.
Se estiraba por fuera llorando, por dentro aspirando: ¿qué traen los viejos demonios? ¿qué, si no son infiernos, retratos? ¿qué tacto en los dedos se convierten en la piel, llantos? Si cuando tocan ya nada sienten, nada tienen, nada queda sino espera de un tiempo pasado.
Extendía la mano y no llegaba. Jamás llegaba a una cara que esperaba erizando la piel, su tacto.

 Toño Diez
         Imagen: Georgia O’Keefe por Alfred Stieglitz

sábado, 11 de junio de 2016

Una maestra en Katmandú

FOTO  ©  Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS


Qué poco me ha gustado siempre analizar trabajos de los demás, pues me ha dado la sensación de desnudar de alguna forma, un cuerpo íntimo y personal. Constantemente he evitado opinar a fondo sobre un libro o película de cualquier compañero o compañera, aunque  me hubiera parecido excelente, ya fuera por miedo a equivocarme… o a errar, pero sobre todo por no saber hacer una crítica que aporte algo más allá que mi mera experiencia temporal (ni tener categoría ni formación suficiente).

                Tampoco lo he hecho con gente a la que no conozco, por el mismo motivo, ni he querido jamás introducirme en el mundo de la crítica artística, donde tantas veces se cae en las bajezas egocéntricas, o en la adulación fácil y estéril. No, ni pretendo jamás «comer la oreja» a nadie, ni atacar o humillar sin sentido.

Por esto no entiendo muy bien por qué me he propuesto realizar este escrito de opinión. Quizá sea que lo que me ha impulsado a hacerlo no sea la obra en sí, sino la humanidad que posee, el ejemplo, la dedicación y, sobre todo, su enseñanza.
         En fin, sea como fuere, el caso es que me he «lanzado al abismo» (en palabras de su propia autora), y ahí voy. Después ya pensaré su posible publicación.
                ¿Quién no se ha sentido alguna vez, sobre todo en la juventud, una persona rebelde, inconformista, antisistema… diferente a los y las demás? ¿Quién no ha sufrido mil veces por alguna injusticia que ha visto o leído en las noticias? ¿Quién no ha pensado en largarse y viajar, ver mundo, encontrarse a sí mismo, hacer algo por los demás, tener una causa por la que morir y otra por la que vivir…? ¿Quién no ha sentido, al final, que nada de lo que ha hecho, ha servido realmente para llenar su mundo o para completar alguno? Y al final ¿Cuántos, ante la sensación de frustración  por ver pasar los años, al final ha claudicado a las «evidencias» y ha dejado que sigan pasando? Bien, pues existen personas afortunadas que no son como nosotros, y que son capaces de amarrarse a su propia vida, dejando que el destino decida, pero guiándolo ellas mismas.   
                Afortunadamente hay más personas de las que pensamos como Vicky, la joven protagonista que, a sus catorce años, tuvo la oportunidad de «viajar» de manos de la literatura, y que a partir de entonces y hasta que lo hizo de forma física, no dejó de alimentar su impetuosa forma de ver la vida. Su mayor deseo: conocer el Tíbet.
                Por diversas circunstancias acaba en un Nepal deprimido y salvaje, lleno de podredumbre, pobreza y miseria, pero adornado con una fantasía y unas maravillosas personas que la atrapan, forjando en ella nuevas metas. Su destino estaba marcado, y ella decide capitanearlo.
El sistema de castas sociales; la medieval forma de comportarse de ese pueblo, pero sobre todo, la suciedad y miseria de los niños y niñas del país, victimas reales de todas las injusticias y blanco de todos los abusos, hace que marque su objetivo en ellos.
Dándose cuenta de que en realidad no existe el glamur ni el exotismo que uno se forja en la mente viendo documentales y fotos de agencias de viajes, se pone manos a la obra, situándose en lo más bajo de la escalera social, para colocar su persona y su vida al servicio de estos niños y niñas. Las peripecias y logros, los fracasos y peligros, lejos de amedrentarla, la arrojan de abismo en abismo, superando paso a paso, todas las dificultades hasta conseguir introducir en el país (y alguno de alrededor) un sistema educativo digno de las personas, por encima de los roles y castas, y pensado en sus destinatarios: los niños y las niñas.
 La historia autobiográfica de una embriagadora realidad personal, sirve para saltar excusas y reflejar de una forma llana, cercana, una realidad injusta con una mirada inconformista.
Si bien no recurre ni pretende explayarse en una escritura atractiva ni mínimamente rebuscada, sí que (quizá por este motivo) atrae con la fuerza de quien únicamente pretende contar una historia. Expande una enorme humanidad fruto de su experiencia personal, profesional por sus actos, no por sus títulos, y con la frescura de quien no se siente escritora sino transmisora; de quien siente la necesidad de contar por su inquietud de enseñar lo que tiene… por si a alguien le sirve; sin dramatismos gratuitos, sin grandilocuencias, sin adoctrinamientos, en definitiva, haciendo honor a la frase «la diferencia entre lo que dices y lo que eres, es lo que haces».
Por tanto, personalmente no he encontrado una escritura mimada, sino un ejemplo personal regalado; no he encontrado unas frases eternas, sino sempiternos paradigmas; nada de literatura virtuosa, ni interés en destacar en ello, sino una excelente historia de quien sabe que está de paso, y que la huella que deje, marcará el camino a otros caminantes que quizá se sientan con fuerzas gracias a quien hizo camino al andar, de continuar marchando hasta una meta imaginada por Vicky en sus  «estelas de la mar»
Me ha aportado muchas cosas: Envidia sana, por su valentía; admiración, de su fuerza; sensibilidad, por sus situaciones tiernas y peligrosas, sentimentales y humanas; asombro, por sus logros con tan poco. Con nada.
Puede dar la impresión de que es de la autora de la que hablo, y es cierto… en un amplio porcentaje. No en vano ha sido capad de transmitirme con su historia, unas emociones olvidadas desde hace tanto tiempo que se habían acomodado en el rincón de los sueños; ha sido capaz de devolverme unos sentimientos que una vez fueron míos, imposibles, anacrónicos y alocados, y que con sus letras resurgen como suspiros, presentándome quien fui, quien quise ser y consintiéndome en lo que me he convertido.
Claro que hablo de ella. De su personaje, de su vida. Pero lo cierto es que si eso lo ha conseguido, ha sido a través de unas letras llenas de sensibilidad real, dura, como siente quien tiene en el corazón lo mismo que en la cabeza… y en las manos la fuerza del amor. También un punto de locura, y altas dosis de rebeldía.
Vicky es alocada, inteligente, despeinada, inconformista, algo payasa y entusiasta. Llora, ríe, vomita y escupe fuego. Va de cara, y se la rompen en ocasiones por ello. No anda, trastabilla de continuo en un avance intermitente pero enorme, con la facultad de atraer tras ella, tras sus pasos, a gente que sin saberlo, la necesita, y por ella anda de seguido.
Si, hablo de ella. De Vicky. Hablo de la protagonista de su vida, hecha letras maravillosas en una amalgama algo desconcertante, y aglutinadas en un ligero pero intenso libro. Por tanto, hablo del libro. Un gran libro cargado de humanidad y respeto por las tradiciones, sin dejar de lado las críticas directas hacia ambas.
Si lo he de resumir en pocas palabras, diría: compromiso, humildad, sensibilidad, humanismo, crítica constructiva, realidad, esperanza.
Merece la pena leerlo, sin duda.

«Desde una lejana estantería de una repletísima librería vieja, sentí la llamada silenciosa de un libro, como los demás. Como con otros, lo agarré, lo olí, leí la última frase, y sin dudarlo, lo compré.
Poco más tarde me encontraba disfrutando de los primeros rayos del perezoso Sol y una jarra de cerveza, mientras leía el comienzo. Sería que la «vida en una carpeta”» que abrió Vicky (así emprende la aventura) me pareció tan bella, que no me resistí a buscar a la autora para hablar con ella, quien ante mi sorpresa, contestó. Hablamos.
Con esas primeras palabras, y sin que ella se enterase, comencé a establecer un vínculo secreto en el que sólo estoy yo. No sé dónde me llevará, pero comienzo un círculo, y este libro, Victoria, y su vida, son el comienzo. Probablemente jamás se cierre, pero el hecho de abrirlo, ya es una “Victoria” y un reto».

Toño Diez .