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Cuando la oscura realidad atenaza el alma, el pecho; cuando sientes que
los intestinos se retuercen hasta asfixiar la garganta, dejando sin aire los
pulmones, sin sangre el corazón…; cuando el vacío de sentimientos es tan
intenso, tan atroz que duele el sólo hecho de existir, te das cuenta de que
vives en el infierno.
Todo lo bello, todo lo amoroso, la hermosura del cielo, los colores,
las bellas palabras, las sonrisas, el buen olor, los chapuzones en frescas
aguas del verano, la hierba, la tierra recién llovida, los besos, los abrazos,
la música en compañía… compañía; vivir por una misma, alguien que me necesite,
la vida… por las cosas simples... las noches oscuras y las no tan oscuras… en el
infierno no existen. Todo es falso, un espejismo de deseos que de esperados se
tornan estúpidos. En el infierno todo carece de sentido. Incluso el dolor
intenso no deja de ser el mayor de los ridículos, la más absurda y grotesca
broma de una realidad que únicamente existe por él, para él.
En tal realidad siempre tienes miedo, siempre tiemblas, nunca miras. Y
existe. Sabes que existirá mientras tú sigas viviéndola porque eres su fin y
razón de ser; su entelequia, esencia y sustancia; eres desenlace, nudo y
conclusión; eres sin dudarlo, sin oportunidad de resistencia, escenario y
guión.
Es infierno y te ha tocado vivirlo. Eres abismo y debes asumirlo.
Condenación, averno y perdición. No eres nada al tiempo que todo reside en ti,
porque eres pecado, víctima y malhechora; eres mártir y te inmolas riéndote de
tu propia sangre, porque te sabes merecedora del castigo y fornicas con cien
demonios… tus demonios. Te sabes perdición… y en tal estado… ¿Quién quiere apostar?
Subástate cual sucia ramera sobada por mil manos, mil hombres de boca
abierta, lengua fuera y barbillas ensalivadas; véndete por una gota de cianuro,
dos gramos de droga… ofrece tu indecente cuerpo de mil olores y piérdete entre
otros mil, porque tu infierno cuesta lo que tú misma vales, y vales lo que importas.
Cuando la oscura realidad atenaza el alma, el pecho… sabes que la caída
ha sido fuerte y que no hay ya vértebra que te sustente, que tu cuerpo inerte
ya no te pertenece, es de otros, de todos… y entonces…
Entonces, de pronto alguien pronuncia tu nombre. Alguien te llama por
tu nombre. Y todo comienza de nuevo.
―Sonia… Sonia…
Por un comentario que publicaste en Facebook dí con tu blog. Me han gustado tus escritos. Gracias.
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