miércoles, 13 de febrero de 2013

Viejo (2 de 4)






Viejo (2 de 4)


          Así  comenzó a pensar… o soñar. Ahora nunca estaba seguro de en qué momento estaba despierto y en cual dormido, pero eso era algo que nunca había dejado de hacer, soñar. Soñar con cualquier cosa, inventar historias, creerse dragón y caballero al mismo tiempo. Dama y corcel. Rata y pirata…

         Con los ojos abiertos, era capaz de volar tan alto como los buitres y tan rápido como el halcón. Era capaz de rastrear la tierra como una lombriz, someterse a los vaivenes de las olas del Mar del Norte, acercarse a tocar la Aurora Boreal o deslizarse por los laterales del  Arco Iris.

         Y mientras hacía todo eso, nunca le temblaba la mano.

         Con los ojos cerrados, huía de terribles brujas con escobas de retama y sombrero de pico torcido, luchaba con toros, caía de enormes precipicios sin lastimarse… Podía volver atrás en el tiempo y hacer lo que nunca hizo, o repetir con más frecuencia lo que hizo poco.

         Poco. A veces dolía más lo que hizo pocas veces, lo que se olvidó de repetir o realizar, que lo que dejó por hacer o hizo mal.

          ¡Por qué demonios no le repetiría más veces lo mucho que la quería! ¡Por qué diantres no habría besado más veces sus labios! ¡Por qué no la habría abrazado más y más fuerte! Si bien es verdad que lo había hecho a menudo y miles, millones de veces, ahora parecía poco. Muy poco.

         Cosas como esas sí que le dolían. Habría resultado tan fácil.

          Toño Diez.




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