Brindis al Silencio
Silencio.
Atronador, espeso y abrumador
silencio que dañas mis oídos, haciendome sangrar sentimientos, frases y
pensamientos, no permitas que nos turben las informes masas de lo insignificante.
Resiste los embates de lo superficial, sometiéndome a tu obtuso y oscuro
refugio, donde todo es paz.
Silencio, escóndeme por siempre,
agazapado, abrazándome, y yo mientras, me agarraré los tobillos, y cubierto por
el fino paño amniótico que, dentro de tu vientre, me atonta, me adormece, me
aletarga, soñaré realidades embusteras.
Refugio incondicional de los
cobardes, de los traidores, de los desposeídos de toda dignidad. Donde la vida
coquetea con la muerte, y la vergüenza fornica con la sobriedad. Donde el menor
atisbo de sensatez, es ridiculizado y humillado, pues no es lugar para la
razón. Justo donde quiero estar.
Silencio, enséñame la verdad
escondida en la falacia, que no me interesa permanecer visible por más tiempo.
Enséñame a escapar de la razón, escóndeme para que jamás tenga que rendirle cuentas,
y de esa forma, poder partir sin caminar. Viajaré sin aprender, porque todo me
lo has de enseñar tú, sin escuchar.
Y jamás permitas que mis párpados
violen tu integridad. Que la luminosidad encerrada fuera, no es sino el arma
preferida de quien no te quiere escuchar. Ciega mis ojos pues, para que no
pueda entrar en la falsedad de la realidad, en la mediocridad de un escenario,
que nunca más he de pisar.
Obtuso, pánfilo, esperado. Silencio,
así quiero estar. Ciego, hipnotizado, hechizado, dentro de ti, sin escuchar.
Por siempre y para siempre, por ti,
camarada, por ti, mi cordura voy a entregar.
Brindo pues, por nuestra eterna
amistad.
¡Salud!
Texto: Toño Diez.
Foto: Nicolás Saracchini Fotografias
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