Utopoética de una guerra
(Fragmento del último capítulo del libro "Relatos, sentidos y utopoesías")
(Fragmento del último capítulo del libro "Relatos, sentidos y utopoesías")
Existe un lugar
en la tierra,
de cuyo nombre
no puedo acordarme,
o quizá sea que
no quiero,
por estar cerca
el cielo,
de la tierra y
del suelo.
Un lugar entre
luchas de un dueño,
que antes de
dos enfrentados,
existía un sólo
pueblo.
Y que ahora
puede ser leyenda,
sueño o cuento.
Rayaba ya el
alba,
en la plaza
segunda del pueblo,
separado por el
torrente,
el mismo nombre
partido,
con casas y
mitad de gentes a un lado,
y al otro el
mismo gentío,
La madre
lloraba con pena,
suplicando al
soldado de turno,
que llamara al
jefe de guerra,
o al
responsable que fuera del mismo.
La madre
lloraba de pena,
al recordar el
día que vino,
la guerra a
llevar a su hijo,
a luchar por
algún señorío,
que ni iba ni
venía en su tierra,
pero que el
poder lo había exigido.
—Hace más de
dos años,
y mi hijo
volver no ha podido.
Si vos hacéis
por saber, si esta aún vivo,
prometo
agradecer el desvelo,
con lo poco que
queda conmigo.
—Señora yo no
lo sé,
que somos
muchos luchando.
Quizá yo lo
maté,
quizá él acabe
conmigo.
Quizá sea mi
amigo,
o puede que mi
enemigo.
—Soldadito,
soldadito, tienes la edad de mi hijo,
si me abrazáis
por hacerme creer,
que sois él yo
te suplico,
agradecida te
estaré,
por el tiempo
que estés conmigo.
El chaval
abrazó a la mujer,
haciendo ser su
hijo,
con lágrimas en
los ojos,
creyendo
hacerlo a su madre,
deseando ser su
hijo.
Y siguió así la
pose hasta que,
la voz de
trueno de un hombre,
sobrepasó el
enlace unido,
y los brazos
desconocidos de dos,
adheridos por
el mismo dolor,
separaron los
cuerpos de ambos,
por la mirada
permanecieron unidos.
—¡Soldado a su
posición!
¡Que nadie ha
ordenado perderla!
Y séquese los
ojos, los dos,
que no es de
valientes llorar,
aunque sea por
su amor perdido.
Comandante por
fuerza mayor.
Cicatriz en la
cara, gafas de sol.
Un trueno duro
por voz.
Altivez en la
barbilla,
Paso noble en
la zancada,
y una pistola
en la cintura,
que amenaza más
que habla,
con potencia en
la palabra.
—Mi comandante
no lloro yo,
que fue arena
arrastrada,
por el viento
que se ensañó,
con fuerza en
mi mirada.
—Mentir es de
cobardes,
mas no llorar
por amor.
No escuches al
comandante.
Que te mande el
corazón.
Así respondió
la madre,
al que tenía
trueno por voz.
Y así enmudeció
al comandante,
porque tenía
razón. (...)
Texto: Toño Diez.
Foto: Nicolás Saracchini Fotografias
La absurda guerra, que deja una y otra y así sin cesar historias como esta, dolor a fuerza, muerte en vida, nostalgia añoranza,preguntas sin respuesta,desesperanza...
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