El mar
(fragmento del libro "Borrador de un libro en blanco")
(...)
(fragmento del libro "Borrador de un libro en blanco")
(...)
Sentada en uno de los bancos que miraban al estanque, dejé viajar
la mente reposando la mirada en los tranquilos patos que, de vez en cuando,
sumergían la cabeza en el agua, buscando quien sabe qué, y sacándola al segundo
para sacudirla violentamente, la dejaban sin rastro de humedad.
Pequeños y asustadizos gorriones que
disputaban migas de pan y frutos secos a las palomas, entre sonoros y agudos
chillidos.
Y mientras, con la mirada fija en el
agua, dejaba que el silencio empapado de sonidos verdes, rodeara sin tapujos el
momento de descanso mental y sentimental. Dejaba que el abrazo de la inopia, el
estado de la carencia de ansiedades y el minimalismo de la realidad, refugiase
por el momento, la intranquilidad de ser quien era y de estar donde y como
estaba.
Con los brazos cruzados, sin descolgar
la mochila de la espalda, ligeramente inclinada hacia adelante y las piernas
extendidas, abandonaba las sensaciones dejándolas flotar en el limbo de la
espera.
Porque a veces, las emociones pueden
esperar a ser atendidas. Porque a veces, necesitan ser apartadas para dejar
espacio para respirar, para tener la posibilidad de coger carrerilla para poder
continuar, para seguir corriendo, aunque las piernas duelan, y saltar. Saltar tan
alto, que ni los sueños sean capaces de alcanzarte. Saltar, hasta que la noche
te cace. Saltar, para escapar.
Saltar y creer
escapar.
Poco a poco, el gris de los ojos se fue
tornando blanco. Al momento, los parpados fueron los que interceptaron ese color,
sumiéndolo en un oscuro pero iluminado encierro. Oscuridad iluminada por la
música que ofrecía cada rama, cada hoja tocada por el aire lanzando leves
suspiros, cada gota que liberándose de su prisión en lo alto, saltaba en loca y
silenciosa carrera aérea, para acabar alegremente estrellada contra el suelo,
una rama, el agua del estanque o sobre la hierba, cada nota escapada por cada
pico, cada boca…
Todas esas sensaciones, fueron
empujando en la frente, consiguiendo, obligando a la cabeza echarse lentamente
hacia atrás, seguida del resto del cuerpo, hasta reposar letárgicamente contra
el respaldo del banco. Y así, respirar. Suave. Intenso. Despacio. Profundo.
Espacio de
color, oxigeno fresco y esperanza en despertar y no encontrar, la miseria que
atesora la realidad y el futuro.
Sonido de
gaviotas... gaviotas...
(...)
Texto: Toño Diez.
Foto: Iván Arencibia Photography
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