martes, 19 de marzo de 2013

Creo que soñé contigo. Creo que te siento


        


Creo que soñé contigo. Creo que te siento


Y fue de verdad pequeño, el pequeño sentimiento intenso.
Y fue de verdad sincero, el inmenso relativo y corto,
sentimiento pendenciero,
que no puedo por más que lo intento,
recordarlo. Pero ya no lo siento.

Por más que lo intento y me esfuerzo,
dentro de mí, en lo más profundo,
dentro, en lo más adentro.
Pero no, ya no lo tengo.

Fue fugaz, extraño y concreto.
Un suspiro en un mar de aliento.
Un gemido en un largo grito,
que se extiende por el cielo inmenso.
Y no lo recuerdo.

Creo que hablé entre sueños.
Y vi tu nombre, besé tu pecho.
Rocé tu cara, con mil besos.
Con mis manos, robé tu cuerpo.
Con los dedos, tu recuerdo.

Con tu vida, me diste el tiempo,
Y yo a cambio, sentimiento.
Es por eso, que ya no siento,
tu recuerdo, breve e inmenso.

Sentimiento que habitaba el alma,
mientras tú, estuviste dentro.
Creo que te tuve cerca.
Pero sé, que ya no te tengo.


 

 Texto: Toño Diez. 
 Foto: Nicolás Saracchini.

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lunes, 18 de marzo de 2013

Quiero el momento, y lo quiero ya


        

Quiero el momento, y lo quiero ya

         Odiando la inaguantable evolución progresiva de las cosas, la espera espesa del crecimiento lento, del acercamiento paulatino.
         Odiando la paciencia, el tedio y la languidez de la rutina que me acerca a un destino, aunque parezca creciente, genial y reparador, aunque tenga la esencia de la meta, del ganador, del sueño, del final feliz.
         Así me encuentro.
         Porque amo lo necesario. Porque necesito lo que da sentido al momento, al instante. No al final, no al camino.
         Porque no me gusta el discurso, ni el desarrollo del proyecto, sino lo esplendido de la exposición, la frescura de las frases, la expresión de los gestos, el color de lo auténtico.
         Quiero instantes, momentos, no esperas ni degustaciones. Quiero explosiones de júbilo, languideces de lamentos. Quiero dientes brillando en carcajadas, no en simples sonrisas largas.
         Para mí la frescura, la creatividad de un segundo, aunque al momento, desaparezca. Aunque se pierda.
         Para mí, el vaivén del estado anímico, donde el éxtasis se retuerce, envilece, y sangra el inmediato estado de tristeza que le sigue.
         Quiero personas inestables, sorprendentes, coloridas. Quiero llorar con ellas y reír al momento… por nada, por todo y por alto y por bajo, por antes y después.
         Quiero el ridículo, el desprecio y el olvido. Porque todo lo demás, es simplemente patético.
         Patético.


 

 Texto: Toño Diez. 
 Foto: Nicolás Saracchini.

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miércoles, 13 de marzo de 2013

El trabajo que lleva conmigo...


          A una buena amiga.

El trabajo que lleva conmigo...


          Él prometió no esconderse tras las excusas y, a cambio, lo hizo tras las letras.
          Ella advirtió no atender a las súplicas, pero las buscó entre las palabras.
          Él, empeñado en no hacer el ridículo, tropezaba de continuo con la idiotez torpe de sus actos.
          Ella, prometiéndose no ser el escudo de nadie, se tatuaba continuamente enrejados de confesionario en sus mejillas.
          Y es que, cuando las palabras no consiguen explicarse, son los actos, los gestos y el tiempo, lo que convencen y vencen las inquietudes.
          Cuando los vacíos corazones, rellenos de soledad unos, de ingenuas expectativas otros, de ansiedad por el futuro los primeros, de ataduras y reproches los segundos, se enfrentan, solo pueden avanzar. Y así, agarrados de las manos temporales de la necesidad virtual, sólo andan, sin destino prefijado, sin principio oculto.
          Y son las palabras extrañas, las frases lejanas, escritas con trazos cuadriculados, las que acercan única y exclusivamente, lo real a lo cibernético. Y son esas mismas palabras las que, dentro de un recuadro iluminado, producen pasiones, añoranzas y recreos. Y también traiciones.
          A veces, los puñados de bits, caen de forma desesperada, como teniendo prisa por correr. Correr un espacio no mucho mayor de 15 pulgadas, pero que son millas en un corazón. A veces, esos puñados no lo son, sino puñetazos que con furia, se descargan contra el enrejado, creado y colocado ahí, también para tal fin.
          Pero también siguen circulando, uno detrás de otro, electrones de generosa amistad. Sinceras palabras que intentan singular lo plural, adornando una realidad plana, dura, cobarde, dolorosa y agresiva.
          Palabras que cotizan en valores internos. Palabras que rellenan los huecos dejados tras las añoranzas de una vida diferente o por el olvido de un pasado recurrente. Palabras que animan, buscan de cada uno lo mejor, que olvidan de los dos, la idiotez. Que escudan tras el anonimato, sonrisa, lágrimas y mentiras. Mentiras que no son sino insensatas verdades, intensas y escondidas, en lo más profundo de cada corazón. Sin razón.
          Risas y quejidos, bocas torcidas y guiños de punto y coma. Uves que son be, y jotas que siempre son aragonesas.
          Y cada cierto tiempo, atonías. Golpes en la mesa y toques de atención, pues donde uno no llega en la tierra, lo busca en el infierno. Y si en la puerta, es el otro quien espera, circulan los dos hacia adentro.
Después... espera.
          Con paciencia, espera. Determinación callada en el universo obtuso del ciberespacio. Y vacía el tiempo, como esperando la dimisión, y deseando el regreso. Buscando el reemplazo, sin encontrar encanto.  Grita, casi susurrando, que pase el tiempo.
          Y recompensa. Recompensa por el trabajo, con más palabras, mas frases, más escritos, igual de fríos, cuadrados también, pero más intensos. Porque tras la espera y la decepción, entre dos, siempre quedan…dos.
          Más tarde, espera, empleo, pensamiento y proyecto. Todo dedicado, todo inyectado. Disimulo completado de sinceridad, como el cuervo negro que parece mirar de reojo, para comer el pan que se le ofrece, porque no puede verlo de frente.
          No hay perdón, porque no hay desdicha. No hay excusa, porque no hay razón. Sólo premio, porque existe amistad. Y la amistad, es el mejor regalo.
          Y, de este modo, lo que la molestia hizo del momento, estúpido, el torpe intento de ser bello, convierte el fallo, en simpatía.
          Y volver. Por último, volver. Y volver a tener, palabras que son letras; momentos que son los nuestros; esperas que son eternas... o cortas. Volver a tener un poco más de tiempo, donde poder hablar, contar y sentir, que se puede vivir, detrás de ti. Delante de mí.
          Así, aquí no hay perdón, disculpa o enojo, sino agradecimiento por estar.
          Gracias por estar y por sentir a la vez que yo.
          A una buena amiga.

 

 Texto: Toño Diez. 
 Foto: Nicolás Saracchini.

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viernes, 8 de marzo de 2013

Violencia.



Violencia


Violencia.
Que no tuve yo por menos, que suplir la fuerza de la razón, por las ansias del corazón.
Que el repudio que sentí, al notar las palpitaciones en mi pecho, no fue sino un signo propio de la maldad, arrancada a pedazos por la bestia más inmunda, que mi imaginación pudo crear, anotando al fin, el esperpéntico punto que marca la diferencia entre el bien y el esperado mal.
El punto y aparte que las sensaciones imparables de la inútil rebeldía del equilibrio, fijan para determinar el final de la oración medida, de la mesura de la palabra, del juicio sensato de la norma, y el comienzo de la locura más exasperante, esquizofrenia frenética, delirante, rabiosa y furibunda.
El punto y final que marca el no retorno del sentido, la última etapa de lo infinito, el eterno dolor que deja atrás lo vivido, para olvidar por siempre lo perdido, y no esperar nunca el futuro por venir del odio, de la sangre inyectada en la mirada, del iris dilatado y del erizado bello de la espalda.
Jamás por siempre, estaré de nuevo cuerdo. Jamás invariablemente pensativo. Pues ya no existe límite impuesto, ni término tirano. Que no hay más cambio que el recibido, por nada y todo en mi mundo, por sueño y ensueño en mi universo.
Resuello el último suspiro, violando mi sentido más justo. Sin placer, sin goce, sin deleite. Tan sólo por el hecho de sentirme violado en lo más profundo, ultrajado en lo más sagrado, que alma pura pueda soportar.
Sangre, sudor y babas. Espesas como mis palabras. Regueros de saliva indecente que cubre cualquier atisbo de humanidad, refugiando en la violencia, mi más antiguo cirio. Ahogando en terror, mi libertad.
Violencia, para siempre y por siempre, hasta que mi ser no de más de sí y, retorciéndose de entrañable dolor, destroce esas mismas entrañas. Que son las mías, que son las vuestras. Que no son ya de nadie, porque a nadie corresponden.
Temblad, manos temblad. Y dejad de señalar al cielo, pues nadie os salvará. Olvidad el arrepentimiento, por el trato que vais a otorgar, pues jamás tendréis ya perdón, ni elección por no pecar.
Temblad, piernas, temblad. Pues nunca podréis correr en pos de ninguna verdad. Que es la sangre del corazón, la que os insta a golpear.
Temblad. Y no paréis de gritar. Que la alegría que os proporciona el mal, es breve, pero es total.
Y después, morir. En el fango del absoluto y perverso sentimiento. En el más mortífero y tóxico aliento. En el más sencillo y ligero atrezo. Bajo la mirada del más atento público. En el centro.
 

 Texto y foto: Toño Diez. 


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