jueves, 28 de febrero de 2013

Pierdes




Pierdes

       

          Es inteligente esforzarse donde y cuando merece la pena hacerlo. Los patéticos carecen de inteligencia suficiente, para vivir en un mundo real.
         Sin embargo, el resultado del esfuerzo vano, sólo trae consigo la idiotez, la vergüenza y la manipulación. Manipulación que siempre se vuelve contra el necio, que llega a padecer un auténtico daltonismo sentimental, confundiendo las manos, para coger la comida.
         Y morirá sin duda, de inanición emocional, pues quien anda en desiertos sólo puede comer arena. 
         Dejemos pues que coma arena, quien tenga hambre de arena. Y alejémonos de ellos, pues sólo pueden salpicar engaños.
         Dejemos pues, que quien sobreexplota sonrisas y afectos, recoja desprecios y silencios. Que quien exige y reclama con ruidos y fantasmas, nunca tendrá por tiempo... abrazos. 
         Y volverán una y otra vez, quien en soledad vive, a gritar y dar codazos a quien con los brazos abiertos les espera, acoge y refugia.
         Pero no hay pérdida para el que tocó y rozó con los dedos, la ilusión de la amistad, sino para el que alumbró con retorcida luz, puesto que la falsedad, supone la base de su madurez.
         No pierde el que nunca tuvo, por intentarlo, sino el que nunca intentó tener, por miedo a perderlo todo. Y la capacidad, se cultiva. 
         Yo salgo ganando. Tú sigues perdiendo.
 

          Toño Diez.

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miércoles, 27 de febrero de 2013


El amigo Goa, nos comparte un poema veloz.





Toda la vida
se resume en una palabra
monosílaba
en un monema
toda la vida.


Goa Domínguez Nieto




martes, 26 de febrero de 2013

La Cordura (2 de 2)



La Cordura (2 de 2)



         Desde dentro, como un estallido nuclear en el fondo del mar, una enorme burbuja de energía se prepara para destruir, primero replegándose como para coger impulso, y después, reventando en miles de millones de puntos de infausta y ridícula ingenuidad de lo ficticio. De lo absurdo. De lo patético.
         Y cada zancada que pego, me acerca más y más a ningún sitio en el que ya no esté. Cada una de ellas reclama su parte de desquiciada histeria. Histeria terrorífica.
         El miedo me invade. Sigue haciéndolo porque el infierno no para. Sigue tras de mí, empujándome incesantemente al abismo de la mente.
         Y las voces que aturden mis oídos, los gritos y ruidos que no me dejan pensar, los miedos terribles que no me dejan sentir… ¡Quiero morir!
         Las paredes se estrechan y me golpean. Ahora se ensanchan, pero soy yo quien corre hacia ellas, chocando con estruendoso  sonido. Paro. Caigo en la cuenta. Los truenos que escucho son cada uno de los golpes que mi cuerpo generan contra las paredes.
         Y tapándome los oídos, caigo sin fuerza, chillando y suplicando perdón. Porque el infierno sigue acercándose. Me duele la cabeza, me arde el cuerpo.
         ¡Y grito, grito, grito...! Mientras me retuerzo, grito. Mientras ellos gritan más fuerte que yo.
         —Ya pasó, ya pasó.
          Consigo distinguir palabras de entre las absurdas mordeduras sonoras de mi cabeza.
         —Tranquilo, ya pasó. Ya está.
         Sí, son palabras. Y caricias. Y brazos.
         —Parece que ya se tranquiliza —oigo decir, mientras las voces se acallan poco a poco.
         —Sí, este tranquilizante es fuerte. Sujétalo un poco mientras le limpio el sudor y la sangre —dice otro.
         Ahora sólo veo oscuridad. Bendita oscuridad. Mi cuerpo exhausto, se relaja. Mi respiración se acompasa. Ya ha pasado.
         Ya ha pasado… Ya ha terminado.
 

          Toño Diez.

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lunes, 25 de febrero de 2013

La Cordura (1 de 2)





La Cordura (1 de 2)


         Y el infierno cada vez está más cerca.
         Tras la equidistancia de lo superfluo y lo profundo, tras la bastedad del tiempo y tras la negrura de lo desconocido… el infierno aguarda.
         Las enormes paredes blancas, de esta enorme habitación de dos por dos, no hacen sino reflejar todas las esperanzas que intento emitir al exterior. Y ya no tengo fuerzas para seguir ahuyentando a los malos pensamientos y a las peores vibraciones.
         Si no fuera por la intención verdadera de ser lo que no soy, de estar donde no puedo, o de fundirme en el espacio como una autentica energía cósmica, no estaría aquí.
         Pero no tengo la más mínima intención de esconderme. Ni de esconder lo que otros esconderían por miedo. No quiero más por menos, ni alto por ancho, sólo quiero lo mío. Sólo reclamo el derecho a ser yo, o tú, o él. Y dejar de serlo cuando me plazca o cuando tenga necesidad de hacerlo.
         Y el infierno sigue acercándose, lento pero inexorablemente. Sus fauces, puedo verlas ahora que han apagado las luces. Puedo sentirlas ahora que han cerrado las puertas. Su aliento babea saliva en mi nuca, sangre de ansioso deseo carnal… y grita.
         Grita obscenos insultos en mis oídos, y amenazas terribles. Todo a un volumen tal que mientras grito intentando sobreponerme a él, nadie puede llegar a escucharlo. Ellos sólo me escuchan a mí.
         Y no está sólo. Miles de bastardos demonios encarnados añaden sus voces al estruendo.
         “¡Ya no puedo más, ya no puedo más!” murmuro en un estallido de desesperación que clama la necesidad de autodestrucción.
         Autodestrucción negada sistemáticamente por quien decide de forma unilateral, aclamarse como guardián de mi cordura, sin saber que es esta la que me da las razones necesarias para mantenerme… loco.
         Quiero y no puedo. Hablo, grito, susurro, espero, muero y despierto. Y mientras hago esto, nunca, nunca dejan de gritar.
         Dos por dos, dos por dos, dos por dos… con frenéticos pasos cuento las esquinas del enorme local, mientras espero. Los brazos chocan con las blandas paredes de forma incoherente, mientras la forma hipnótica del suelo, del techo… hipnóticas, hipnóticas, hipnót…
         Sentado siento. De pies lamento. Tumbado tiemblo…
         Vuelo. Ahora vuelo. Pero no escapo. No despego.
         ¡Dios! ¡Si me dejasen en paz! ¡No quiero más escuchar! Ruidos y lamentos, retumbar de truenos inconexos, voces, voces y más voces. No quiero escuchar más.
         Nadie lo entiende. Pero el fin se acerca. Me lo han dicho ellas, las voces. Y siguen gritándomelo una y otra vez. Ahora no, ahora no  las tengo, las tengo, se fueron, están aquí, gritan, y oigo sollozos ¿Son míos? No hay nadie ¡No hay nadie!
                Grito. Y lo hago con toda las fuerzas que añaden a mi voluntad, las de la razón.
 

          Toño Diez.

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viernes, 22 de febrero de 2013

La vida




La vida
         

          Mientras la oscuridad continúa, espero. Me pregunto, cuanto veneno sería capaz de soportar mi cuerpo. Si el tóxico es leve ¿sería posible disfrutar?
         “En el momento de nacer, comencé a morir”. Es un tópico típico de los momentos pseudofilosóficos de tres o cuatro de la madrugada, con un rulante cigarro liado de mezcla levemente tóxica en una mano, un litro de cerveza espumosa en la otra, las posaderas en una sucia acera, y los oídos en una vieja música de los años 70.
         “En el momento de nacer, comencé a morir”.
         Después la mirada baja al suelo, los brazos quedan colgando de las rodillas pero sin soltar ninguno de los dos objetos que han ayudado a pronunciar la profunda y liviana frasecita de marras.
         Los ojos se cierran unos segundos y la música se funde en el cerebro, que lejos de detenerse, funciona a cien por hora. La realidad se torna leve, superflua, estándar, poco interesante.
         El olor del perfume de la chica con la que he comenzado la noche, penetra mi nariz enamorándome por quinta vez en la misma noche.
         —Que rule, tío… —comenta la chica arrastrando las palabras.
         Yo le acerco lentamente el arrugado papel relleno de risa tonta, después de dedicarle una profunda aspiración a su parte trasera. Ella lo coge, repite mi gesto y, rodeándome con un brazo los hombros, me susurra profundamente al oído:
         —Si  en el momento de nacer, comenzaste a morir, eso quiere decir que la vida es un autentico veneno, que te mata poco a poco, te arrastra de dolor en dolor, te sangra y araña tus entrañas.
         —¡No jodas!
         —Sí tío sí. Pero ¿sabes lo peor de todo?
         —No, pero creo que me lo vas a decir
         —Sí. Lo peor de todo es que engancha. Es la droga más dura.
         —¡Uf…! —es lo único que acierto a decir– Qué jodienda…
         —Toma, fuma —me invita. Le hago caso.
         Fumo, bebo y vuelvo a fumar. Siento que todo funciona, mientras no ande nada. Siento que cuanto más me acerco a esa chica, más me alejo de mí. Y eso me gusta. Y siento que ella siente… lo mismo.
         —¿Tus amigos? —pregunta.
         Levanto la cabeza, miro alrededor. Nadie. Sonrío, bebo un trago. La miro. Es preciosa. La beso, me besa.
         —¿Follamos?
         —Claro.
 

          Toño Diez.



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