Un olor, un beso, un juego
Lo siento.
Los siento tan adentro, que
duelen, escuecen, arañan.
Siento los recuerdos, cuando tú
llegabas a mi cama, y yo, dormido, absorbía tu beso, en mi mejilla. Un beso que
significaba más de lo que tú podías formular. Un beso que siempre lo esperé despierto.
Tan corto, tan tenue…
Aún puedo saborear tu perfume de
granel, que acumulabas por litros en esas botellas de plástico vacías. Recuerdo
su nombre “Varón Dandy”. Nada especial.
Ese aroma que hacías recorrer tu
piel, tras tu afeitado mañanero, inundando todos tus poros, como queriendo
lavarlos a base de alcohol aromático, más que intentando disfrazar olores,
desinfectando a manos llenas ahogando cualquier resto de sustancia viva, no
perteneciente a tu piel.
Aún siento ese olor en mi nariz,
en mi frente. Amo con dolor ese aroma. Y con miedo, lo echo de menos.
Y con miedo sigo sintiendo, aquellas tardes cuando
hacíamos encajar ruedas en raíles, sufridos muñecos en las vías ¡Cómo reías! Y
yo te miraba. Y también reía.
Aquellas en las que intentaba acompasar
mi respiración veloz, a la tuya lenta y pausada, escuchando tu corazón con mi
oreja pegada en tu pecho. Tú dormías. Yo
te escuchaba. Y te echaba de menos.
Creo que fueron dos veces, tres
los recuerdos, que permanecen quietos. Pero ¡dios, cómo duele! Y como los amo,
porque es lo que tengo. Lo único que tengo. Un olor, un beso, un juego.
El resto, ya no duelen, porque no
los tengo. No los quiero. Los temo, por eso los destierro.
Papá, por qué no lo fuiste más
conmigo. Por qué sólo fuiste papá, tres veces en mi recuerdo.
Papá, por qué no te quise. Papá, por
eso no te quiero.
Texto: Toño Diez.
Foto: Nicolás Saracchini Fotografias