Viejo (1 de 4)
En la penumbra de aquel viejo despacho,
se afanaba por reordenar recuerdos, organizar sabores y colocar colores, en
cada una de las etapas de su vida que podía aún rememorar.
No resultaba fácil. No con su problema.
Pero hacía tiempo que había llegado el momento de hacerlo.
Lo necesitaba. Necesitaba reescribir su
historia, su vida. Y tenía que terminar antes de olvidase de todo. Cosa que sin
remedio ocurriría.
¡Pero costaba tanto rememorar aquellos
años de escondida felicidad…!
—¡Maldita sea! —maldijo— ¡Si no hubiese
dejado pasar tanto tiempo!
Y esa era la frase que una y otra vez
acudía a su cabeza. La frase que le golpeaba y la frase que ahora le impedía
continuar, una y otra vez, con su registro.
La mano le temblaba demasiado para
escribir, de modo que decidió darse un pequeño descanso, con la esperanza de
que un poco más tarde, pudiese hacer algo.
Sabía que era inútil. Esos temblores,
no sólo no disminuían sino que muy al contrario, se intensificaban día a día.
Debería tomar la decisión de grabarse la voz en uno de esos modernos aparatos
que capturan sentimientos.
Se recostó en el sofá que había detrás
del antiguo escritorio de madera labrada. El maldito y recurrente dolor de la
rodilla, le hizo lanzar un ligero gemido al sentarse.
No tenía ganas de comer, así que retiró
con cuidado la bandeja de plata, llena de pastas y dulces, de la mesita baja de
café, y con la ayuda de las dos manos, consiguió levantar la pierna de la
dolorida rodilla, para situarla encima. Después, colocó tras de su espalda el
viejo cojín y acomodó la cabeza en el respaldo del sillón. Así, de esa manera y
posando la temblorosa mano en su bastón labrado, suspiró. Cerró los ojos un
momento hasta que su respiración consiguió apaciguarse, después, los abrió despacio,
torció la cabeza ligeramente hasta que se fijaron en el espejo de pie que tenía
frente a sí.
—¿Siempre empeñado en recordarme lo que
soy, maldito? —susurró sonriendo amargamente— Debí romperte hace tiempo. Ahora
somos aliados contra el olvido.
Toño Diez.
Toño Diez.