martes, 23 de abril de 2013

Tiempo


        
Tiempo
         

      
         El tiempo pasa a trompicones.
         Y avanza implacable, pero sangrando hachazos. Hendiendo profundas cicatrices. Más profundas cuanto más resistencia a su paso encuentra, como queriendo dar ejemplo ajeno una y otra vez.
         Se atasca por momentos, ralentizándose hasta la extenuación, sin lógica ni sentido.
         Se estira, se amasa, se rumia... y después, sin avisar, emprende una loca carrera llena de obstáculos que apenas permite salvarlos, saltarlos o esquivarlos.
         Y a cada uno, una nueva cicatriz.
         La mirada se oscurece, el brillo se esconde tras los párpados, mientras los ojos se empequeñecen. Y cuando alguien los mira, encuentra sabiduría, donde sólo existe cansancio.
         Admite rarezas, y permite desaires, desplegando condescendencia altruista, limitando palabras por no cansar y abraza tiernamente por sentir cerca el fin.
         El tiempo aplasta, destroza y aniquila... el tiempo.
         Y mientras, algunos se afanan por recuperar lo perdido irremediablemente para siempre, pues nunca vuelve. Y olvida sentir lo que posee, tocar lo que se escapa, también por no tocarlo.
         Y luego desesperan pretendiendo gritar sin cuerdas vocales suficientes, masticar sin dientes, y templar temblando. Más tarde se vencen, se agostan y se tienden a esperar. Y esperan, esperan, esperan... hasta que pasa el miedo. Hasta que ya no hay preguntas.
         Y después, duermen.
         El tiempo es una espera, viendo pasar el tiempo mientras se espera, que el tiempo pase.





 Texto: Toño Diez. 
 Foto: Nicolás Saracchini.