Tengo miedo, Soledad
Soledad, maldita seas.
Maldita seas por condenarme al hastío de la
monotonía de la multitud que me rodea, mientras me encadenas sin remedio a la
silla de acero que sostiene mi existencia.
Maldita seas por relajar mi necesidad de
vivir hasta formar, junto a la eternidad de la pregunta sin respuesta, una caterva
de espera amasada sin levadura, sin agua ni sal. Pan insulso de mi existencia.
Maldita seas cien veces, por adornar con expectativas
un futuro imposible de alimentar por estar abonado con mentiras imposibles, disimulos
acicalados que intentan evadir la realidad, resultado del maquillado presente,
tan largo, tan espeso, tan estéril, tan pueril...
Maldita seas por sentarte en mi sitio,
tembloroso de esperanzas, pero mío al fin y al cabo, obligándome a ocupar tu
poltrona, adornada con el oro del tonto, alumbrada con la luz de un fuego fatuo
que ilumina mi fatua mente, retroactiva al estimulo que su propio calor ejerce.
Y ahí me mantienes. Distrayendo mi mente con
esperas, mi espera con memeces, mi sentido con caminos. Caminos que no acaban.
Caminos que no empiezan. Caminos que no existen, pero que se sienten. Y sólo
contigo, se sienten.
Maldita una y mil veces, por quererme. Por
quererme tanto que no me dejas, que no me abarcas, que no me sueñas, que no me
sientes. Que no me dejas, porque me quieres.
Maldita mil y una noche, porque te odio.
Porque te odio tanto, que no puedo dejarte, porque te abarco, porque te sueño,
porque te siento. Te odio, y no puedo dejarte. Porque me tienes.
Maldita seas, pero, cuando duerma no quiero
dormir sólo. Por favor, Soledad, te ruego, duerme conmigo. Serás mi cuento de
noche, como si nunca existieses, como si no te encontrase, como una leyenda, como
un simple Rayo de Luna escondida tras las sombras.
Y cuando no duerma, quédate a mi lado, en mis
caminatas oscuras. Aquellas de madrugada, cuando los pasos retumban sobre las
solitarias aceras mojadas, y hasta el ruido del tabaco en rescoldo, suena atronador entre el silencio espeso y
cristalino de la noche, también abandonada a ti.
Maldita seas, Soledad, pero no me dejes.
Necesito no sentirme tan solo, ven conmigo, abrázame, tenme. Hazme la compañía que
no permita volverme loco. Háblame con tu silencio, acurrúcame en tus heladores
brazos de femenina fatalidad, refúgiame con tu terrorífico aliento en mi nuca...
pero no me dejes sólo.
Ojalá marchases para siempre, porque te
odio, pero quédate, por favor. Me da miedo estar tan sólo.
No quiero sentirme tan sólo.
Texto: Toño Diez.
Foto: Nicolás Saracchini.