Quiero el momento, y lo
quiero ya
Odiando la inaguantable evolución
progresiva de las cosas, la espera espesa del crecimiento lento, del
acercamiento paulatino.
Odiando la paciencia, el tedio y la
languidez de la rutina que me acerca a un destino, aunque parezca creciente,
genial y reparador, aunque tenga la esencia de la meta, del ganador, del sueño,
del final feliz.
Así me encuentro.
Porque amo lo necesario. Porque
necesito lo que da sentido al momento, al instante. No al final, no al camino.
Porque no me gusta el discurso, ni el
desarrollo del proyecto, sino lo esplendido de la exposición, la frescura de
las frases, la expresión de los gestos, el color de lo auténtico.
Quiero instantes, momentos, no esperas
ni degustaciones. Quiero explosiones de júbilo, languideces de lamentos. Quiero
dientes brillando en carcajadas, no en simples sonrisas largas.
Para mí la frescura, la creatividad de
un segundo, aunque al momento, desaparezca. Aunque se pierda.
Para mí, el vaivén del estado anímico,
donde el éxtasis se retuerce, envilece, y sangra el inmediato estado de
tristeza que le sigue.
Quiero personas inestables,
sorprendentes, coloridas. Quiero llorar con ellas y reír al momento… por nada,
por todo y por alto y por bajo, por antes y después.
Quiero el ridículo, el desprecio y el
olvido. Porque todo lo demás, es simplemente patético.
Patético.
Texto: Toño Diez.
Foto: Nicolás Saracchini.