Viejo (2 de 4)
Así comenzó a pensar… o soñar. Ahora nunca estaba
seguro de en qué momento estaba despierto y en cual dormido, pero eso era algo
que nunca había dejado de hacer, soñar. Soñar con cualquier cosa, inventar
historias, creerse dragón y caballero al mismo tiempo. Dama y corcel. Rata y
pirata…
Con los ojos abiertos, era capaz de
volar tan alto como los buitres y tan rápido como el halcón. Era capaz de
rastrear la tierra como una lombriz, someterse a los vaivenes de las olas del
Mar del Norte, acercarse a tocar la Aurora Boreal o deslizarse por los
laterales del Arco Iris.
Y mientras hacía todo eso, nunca le
temblaba la mano.
Con los ojos cerrados, huía de
terribles brujas con escobas de retama y sombrero de pico torcido, luchaba con
toros, caía de enormes precipicios sin lastimarse… Podía volver atrás en el
tiempo y hacer lo que nunca hizo, o repetir con más frecuencia lo que hizo
poco.
Poco. A veces dolía más lo que hizo
pocas veces, lo que se olvidó de repetir o realizar, que lo que dejó por hacer
o hizo mal.
¡Por qué demonios no le repetiría más veces lo
mucho que la quería! ¡Por qué diantres no habría besado más veces sus labios!
¡Por qué no la habría abrazado más y más fuerte! Si bien es verdad que lo había
hecho a menudo y miles, millones de veces, ahora parecía poco. Muy poco.
Cosas como esas sí que le dolían.
Habría resultado tan fácil.