Educación
Cuando sentía manipular las llaves al otro lado de la puerta accionando la cerradura, sentía un nudo en su pequeño estómago.
Ardía en deseos de ir corriendo a abrazar a su papá, pero tenía miedo de haber hecho algo que no le gustase.
Y es que, como su papá decía, era un niño malo y torpe y siempre las “preparaba gordas”. Aunque no se daba cuenta. Pero poco a poco, iba sabiendo lo que hacía mal. Eran muchas cosas.
Hizo un rápido recorrido con la mirada alrededor para observar algo fuera de su sitio, alguna pared pintada, o alguna hoja de un libro rota.
No sabía por qué, pero a su papá nunca le gustaban sus dibujos. Quizá por eso nunca le daba folios en los que pintar y le quitaba todas las pinturas que le regalaba en su cumpleaños. Además, siempre se olvidaba de ordenar los juguetes antes de que llegara del trabajo, así que también se los quitaba. Y ya no le regalaba cuentos ni se los contaba por la noche.
Cuando terminó de revisar desde debajo de la mesa, se decidió a salir a besarle y abrazarle, seguro que esta vez se había portado bien en su ausencia y no le gritaba.
Pero era ya demasiado tarde. Su papá ya había entrado y estaba sentado en el sofá, viendo el futbol.
No le gustaba que le molestase cuando veía el fútbol, así que decidió entretenerse con cualquier cosa.
Seguro que cuando creciese, cuando cumpliese por fin los cinco años, haría las cosas mejor. Su papá le enseñaría… cuando acabase el partido.
Texto: Toño Diez.
Foto: Nicolás Saracchini.