Libertad precipitada
(Fragmento del capítulo homónimo
del libro Borrador de un libro en blanco)
La automática atonía del silencio me situaba en el limbo de los
pensamientos, donde no se produce nada, donde nada se siente, donde nada se
espera. Pero donde se espera eternamente.
Los dedos, de nuevo, deslizándose al
compás de la incesante lluvia por el camino marcado por sus gotas. La mirada
fija, pero perdida.
Reflejo o realidad, marcaban sendos
caminos bajo los ojos, pero estos no se detenían bajo un marco, sino que se precipitaban
camino abajo, como buscando la mezcla entre la liberación y el suicidio, sin
saber, que fuese como fuese lo que decidiesen, ese era su destino inevitable,
al escapar de los inflamados párpados.
Libertad precipitada.
Insensibilidad natural de la roca. Tan
fría en el rostro, como en la punta de los dedos que acariciaban el cristal.
Corazón roto y tiempo acabado.
El sonido entrecortado de cada una de
las palabras de Carmen, contándome la amarga historia mientras las palabras le
rasgaban la garganta, seguía resonando como un inacabable eco, dentro de mi
cabeza. Se mezclaba con mi propia historia, se amasaba y me confundía. A veces
no sabía si era mía o la de otra persona. No sabía si estaba viva, o sólo era
el alma de Alma. Pues tal era el nombre de la niña. Y ahora, se mezclaba con el
mío.
“Mañana hará dos años que salió de
casa. De esta casa. Y nuca volvió”.
Y el fantasma de
esa familia, había vuelto. Y había vuelto a escapar. Conmigo, pero yo había
vuelto sola.
La diferencia era que yo había regresado,
con mis necesidades y miedos, con mis problemas y dificultades... conmigo, en
lugar de con ella. Conmigo, pero sin Alma. Sin alma.
Y regresé. Y para ellos eso supuso el
mazazo de la agonía, pues la esperanza de la espera se tornaba vana al no ser yo,
la que esperaban. Y yo lo sentía. ¡Dios como lo sentía!
Habría dado la mitad de mi vida por
haber sido yo la que esperaban. Por haber sido yo, quien ellos hubiesen querido
que fuese.
Habría dado yo, la otra mitad, por
haber sido ella. A cada uno le habría dado yo, toda mi vida, sólo porque
hubiese vuelto. O mejor, se la habría regalado a ella.
Habría dado tanto...
Pero era yo, y aunque no supiese ya
quien habitaba mi cuerpo, era yo. Y su sufrimiento por ello, empapó todo mi
ser. Pensé en solucionar lo aborrecible, quizá actuando como esperaban, porque
ya lo conocían. Quizá desaparecer como ella lo hizo, cuando su imagen pasó de
ser, a convertirse en una foto.
Desaparecer en
el mar.
Texto: Toño Diez.