Cuento de una navidad de abril (fragmento)
Al ritmo de una samba francesa, se fueron
paseando por entre las imágenes reales del circular mundo inmediato y sus ojos,
sensaciones y espacios futuros.
Mientras todo giraba alrededor de él, su
sueño se trasladaba desde el pasado, hasta la adivinanza del porvenir. Desde el
deseo de lo que nunca ansió, hasta el repudio por lo que ya, de repente, no
tenía valor. Lo que nunca lo tuvo.
Desaparecieron los malos ratos por no tener
tiempo para sacar más, a lo menos. El sentido dejó de ser, cuando la razón
simple de existir, se abrió paso por entre las brumas más oscuras de lo
codiciado. De lo cotidiano.
Querido, verdaderamente querido. Así quería
estar en esos últimos minutos. Rodeado por sensiblerías pasajeras, por besos
tiernos entre babosas palabras de sonido cristalino y meloso. Envuelto entre
nubes rosas, azules, o verdes, daba igual, siempre que fuesen sus nubes.
Quería, en definitiva necesitaba, que lo
verdaderamente importante, existiese por el suficiente tiempo, como para poder,
esta vez y para siempre, tocarlo, tenerlo, agarrarlo.
Y en realidad, lo agarraría. Y lo haría con
esos dedos largos y pegajosos del ansia que estaba desarrollando, en esos pocos
segundos finales. Y jamás lo soltaría, si para bien pasaba todo.
Mientras esas imágenes del exterior, seguían
girando vertiginosamente, su avidez por lo necesario, se dejaba resbalar
multiplicándose por cuatrocientos treinta y dos, alimentándose por la necesidad
de volver a reescribir su pasado.
Empujado a cada atronador sonido de golpes,
una perceptible sonrisa se fue dibujando en sus labios, a medida que sus
parpados se iban cerrando, para dar lugar a las imágenes más exclusivas, más
escondidas, más especiales de su vida.
—¿Tanto ha pasado, en tan poco tiempo? —Se
preguntó asombrado por la cantidad de cosas que cabían en media vida— ¿Y tanto
había olvidado?
Se percató de que, además de lo que estaba
viendo, quedaba toda una eternidad de recuerdos que seguir explorando. Y lo
hizo.
Desplegó,
cuando no encontró lo buscado, el transparente mapa de su mente, escudriñando
lo invisible, hasta encontrar la equis que marcaba el lugar exacto, donde el
mayor de los tesoros se encontraba.
Con un sensual y delicado dedo imaginario,
escarbó suavemente ahí dentro, en el encéfalo, en el baúl escondido de su
mente. Donde se almacena el verdadero tesoro de lo vivido, de lo sentido y de
lo perdido, esperando ser encontrado, donde al final, cuando ya nada de lo que
hagas sirve para remediar lo errado, arreglar lo estropeado, colorear lo
desteñido o rescatar lo naufragado. (...)
Texto: Toño Diez.
Foto: Jose Bueis Aguado.