Pensé que amaba
Y voló mi imaginación
y me hizo llegar a pensar,
que el valor en el que viajaba,
era
pensar que amaba. Y era cierto.
Era cierto que amaba,
y en la ilusión de creer,
que podría en ella volar,
fui feliz cuando comprendí,
que
ella también volaba.
Pero era mi imaginación
la que siempre viajaba.
Que no supe jamás,
si era yo el que amaba,
o ella
la que me inspiraba.
Que no pude por menos,
que esperar en lo alto de la
montaña, allí en la rama,
que ella llegase volando,
hasta
el lugar donde me encontraba.
¡Ah, qué mentira más cruel,
que sabiendo que ella volaba,
y hacia mí se acercaba,
allá en lo alto de la montaña,
allí en la rama,
no era por mí por quien viajaba!
Llegó a
la rama, pero no a la que yo me encontraba.
Más soñé con volar a su lado,
por el cielo infinito de
amargura.
Soñé ingenuo de mí,
que a mi lado, de mi brazo
ella se deslizaba, con su perenne
figura.
Volando.
Amando. Caduca.
Horizonte perpetuo sin fin,
inalcanzable por siempre,
amor que nunca despegó,
del suelo de mi jardín,
adornado de flores, oliendo a
eneldo,
sufriendo.
Muriendo.
Malo fue conocer,
doloroso saber la verdad,
que el amor comenzaba en mí,
y dentro
de mí se desgastaba.
Y volvió a volar mi imaginación
y me hizo llegar a pensar,
que el valor en el que viajaba,
era pensar que amaba.
Y amaba.
Texto: Toño Diez.
Foto: Iván Arencibia Photography