A mi Amada Distancia
Me callo y
escribo. Y escribiendo, guardo el corazón en mis manos, deseando abrazarte.
Acomodado en mis palmas, intento que no se enfríe, iluminándolo con tu
recuerdo, y entregándolo a los rayos que se filtran del fuego de mi interior, y
que amenaza con derretir… mi vida
Dejo el objeto, que ya no me place si
no te pertenece. Lo deposito con cuidado por no ser ya mi valor, sobre la
mesilla, justo al lado del pliego que ha de recoger, lo poco que queda de mi
mirada cuerda, lo poco que queda del hilo que resta la razón a la realidad,
aparcando la felicidad y dispuesto a sufrir y escribir, con mis manos ya libres
de él y mi pecho de su peso, la carta más sucia, más necia, más dura y más fea.
Ya necesito escribirte, mi Amada
Distancia, la carta de amor que jamás he de mandarte, por no existir cauce que
pueda traerte con ella a mi interior. La carta de odio, por no pertenecerte a
ti, por no ser ya de mí.
La carta de desprecio infame por no
saber cómo atraer tu atención, tu ilustre mirada, tu intenso aroma cargado en
tu cabello, al lado de mi almohada. Cerca de mi cara. Rozando mi esperanza.
Mi Amada Distancia, desprecio mi cama,
por no ser la tuya. Desprecio mis oídos, por no conocer tu palabra; desprecio
mis ojos, por no atisbar tu sonrisa; mi boca, por no saborear tu aliento.
Desprecio mi cuartilla sobre la que escribo estas letras, por no poder siquiera
susurrar con mi alma, lo que escupo con mi verbo.
Saboreo con pastosa quietud, lo que tu
lengua nunca dirá con murmullos en francés, con timbre de melancólica suavidad,
con la húmeda sentencia de lo mundano, con la estúpida lentitud de quien dice
lo que el otro quiere escuchar, sabiendo que el dictado del corazón, no
rememora nunca con tanta precisión, como recita la mente lo aprendido por
compasión.
Imagino después, ser tu espacio.
Intangible y falto de tanto, como de mí. Me estremezco pensándolo sólo por un
momento, y al instante rechazo el aire que me rodea, porque no pasa por tus
pulmones. Y no lo quiero pues, muriendo despacio, soñando que un día serás
parte y sensación, de lo que me resta ahora para seguir viviendo, me siento
vivo. Recordando recuerdos, que jamás existieron, sumando invenciones a mis
esqueléticas esperanzas… Sólo por eso vivo, y gracias a ello, muero.
Mi Amada Distancia, no me resta mucho
más que decirte que desde tu cruel inexistencia no percibas. Sin ser real, sin
ser ficticia… te amo. Te amo, te espero y te repudio, y quiero que me quieras
sin sentir, odiarme sin piedad, matarme con crueldad, por un amor que nunca
sentirás. El mismo que nunca sentí.
Mi Amada Distancia, llora por mí, lo
que pueda recoger con mis palmas juntas bajo tu tez, para que me permita
beberte… un poco. Llora o ríe, lo que más te plazca, pero que sea por mí. Por
mi patética figura de caminante rocinante, por mi arrojo de loco estrellando mi
montura que por no ser yo un loco, ni tú gigante, no existe excusa alguna, para
retener mi esperpéntica conducta.
Mi Amada Distancia, te dejo el pijama,
hecho de deseo por tu cuerpo, tus ojos y tus pestañas, colgado en la esquirla
que queda, de mi desesperado y teatral cordura. Póntelo cuando vengas, y yo ya
no esté.
Necesito escribirte. Y muero. Y espero,
y siento y vivo y espero. Y muero, cada segundo, un poco más.
Pero ven. Entra conmigo en mi sueño,
justo tras estas letras. Aquí. A mi lado. Pero no me roces, no me mires, no me
huelas. Permanece quieta, sólo por un instante. Y sólo ese instante será mi
vida. Mi vida entera. Y cada día veré lo que sientes, sólo por ese instante, en
el que a tu vera, descubrí que me sientes. ¿Qué veneras?
Ven. Entra conmigo en una locura de la
que sólo tú saldrás, pues únicamente tu respiración en mi piel, supondrá la
razón por la cual ya no es necesario que siga contigo. Ni conmigo, ni con nadie
que no me llore, que no me tenga.
Y es que tu trono se encuentra en mi
sueño. Tu cama en mi mente, y bajo la cama, la Luna. Es tuya y, como yo, te
necesita para ser llena.
Mi Amada Distancia, por favor, nunca
vengas.
Toño Diez
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