sábado, 9 de noviembre de 2013

Utopoética de una guerra 3


Utopoética de una guerra 3
(Fragmento del último capítulo del libro "Relatos, sentidos y utopoesías")

—Habla muchacho y da por hecho,
que arrestado estarás hoy,
por no obedecer la orden,
de volver a tu posición.
 
—A sus órdenes mi comandante.
Pero permítame antes decirle a esta madre,
donde se encuentra Rodrigo,
que no es ni bueno ni malo,
pero lo tengo como amigo.

—Habla, hijo, habla —
rogó la madre con voz,
entrecortada y profunda,
por la súbita emoción.

—Su hijo, señora, en este pueblo se encuentra,
por cobarde se le dio presa,
por cobarde y escritor.

—¿Cobarde mi hijo? ¿Escritor?

—Sin duda señora, cobarde.
Aunque ya lo dudo yo,
que después de conocer a su madre,
el que me equivoque sea yo.
Rodrigo fue ordenado,
a disparar con el pelotón,
mas ni una sola bala disparó.
Pero fueron miles de hojas a cambio,
de letras que rellenó,
con poemas que a sus compañeros,
uno a uno leyó.
Y al que no supo leer,
él mismo hizo tal favor.
Y al que los ojos les fallaban,
debido a la emoción, al miedo
o alguna bala en su vista alojada,
abrazaba, sentía y consolaba, con sus versos…
duros, sensibles, de aliento y de amor.

—¿Puede ser cierto? —la madre preguntó.

—Lo es —el soldado sentenció.

—¿Por eso fue preso?

—Por eso fue preso,
y por eso nadie le mató.
Que sus letras con magia pura,
una a una ordenó,
de forma que todas unidas,
a todos nosotros emocionó.
Y cuando la orden de matar vino,
nadie quiso responder,
que a un soldado se mata,
a un poeta no.

—¿Dónde pone, soldado, esa norma? Que la lea yo —
bramó ofendido el comandante.

—Si me permite, comandante,
la norma no la podéis leer vos,
que a fuego está en los corazones,
que su voz escuchó.
El mío y el de sus compañeros,
y el del teniente que cautivó,
y haciendo oídos sordos a la orden que llegó,
de asesinar al poeta,
por él mismo lo encarceló.

—¡Tráelo acá raudo, muchacho, que lo vea yo! —
tronó el comandante.

—Sí chiquillo, tráelo. Que le abrace yo —
rogó suave la madre.

Corrió como alma en pena,
o por miedo o por amor,
contento de que la madre lo viese,
con miedo al atronador.

La espera se eternizó,
pero mucho más el abrazo,
cuando Rodrigo apareció.
Que su madre le echó tanto en falta,
que cuando lo tuvo, no le dejó.
Hasta el punto casi de asfixiarle,
hasta que él tosió, y le dijo lloriqueando:

—Madre, aquí estoy yo.
Vivo y sin matar, muerto y sin morir.
Pero resucito al verte, de nuevo sonreír.
Y su madre con la cara entre las manos,
tierna pasión, lágrimas puras,
de fuente virgen de amor,
tuvo por susurrarle,
en la oreja aunque todo el mundo la oyó:

—Qué extraño esto de la guerra,
que dejé atrás un niño cobarde,
y me devuelve un hombre poeta.
Y que cierto el dicho que dice,
que no existe ningún mal,
que por un bien no venga.
Qué miedo he pasado, por ti hijo, por ti.




 Texto: Toño Diez. 
 Foto: Nicolás Saracchini Fotografias

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