Vivirás para siempre
Tan alto salté, que tuve miedo. Tan rápido
corrí, que fue el vértigo, quien me acunó entre mis sueños. Fue tan grave mi
error, que la pesadilla del recuerdo,
sirvió como justo castigo, como eterno pozo regresivo. Negro.
“Vivirás para siempre”, me dijo quien habló.
Más jamás pude saber quién fue. Puede que fuese yo, o incluso mi propia voz con
rostro extraño, surgida de insólita boca. Quizá nadie fue quien me sentenció.
Pero lo cierto es que fue, y fue justo. Y temerario.
Y así, fue que desde entonces, vivo. Y así es
como, poco a poco, me consumo, me asfixio, me gasto. Pero no muero.
Y así es que me ahogo entre los recuerdos, de un
sólo y perdido segundo, que se hace eterno y espléndidamente raro y… ¡tan
extraño!
Condenado. Condenado y atado entre mis dedos
me hallo, tropezando con mis nudillos, desnudo de abrazos, esculpido en mármol,
llorando. Riendo y llorando.
“Vivirás para siempre”.
Don y maldición, primero por no morir, segundo
porque no vivo. Que es verdad que nunca estuve del todo cuerdo, pero jamás
quise tener locura por encargo, que no tiene mi cerebro precio justo, si se paga
por él algo.
Sea como sea, estoy de saldo, y sin embargo… estoy
atado.
Maldigo mil veces aquellas palabras, que la eternidad
se ha encargado de justificar, como si fuese lo más adecuado, dejar a una
persona vivir, pudiendo acabar de inmediato. Dejar recordar el suplicio, que
llevó al reo a ese estado. Para siempre.
Vivir para siempre ¿Quién quiere vivir para siempre?
Texto: Toño Diez.
Foto: Nicolás Saracchini Fotografias
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