lunes, 9 de febrero de 2015

Subastado el interior de nuestra piel



Subastado el interior de nuestra piel


Vale, venga. Ya está. Ya ha pasado.
Ya volvemos a ser los y las de siempre; personas sin espíritu, grises cuerpos deseando que llegue la noche y poder descansar de un trabajo que nos ha de llevar a la subsistencia corporal, para alimentarnos de los sueños que hace un mes eran deseos regados con cava, esperanzas anuales por ser personas; gente inmune a asteriscos que aparezcan en nuestro camino en forma de recordatorios de que existe un mundo allí, un poco más a lejos de nuestra piel, y que merece la pena vivirlo, personal que al hablar resuena como ecos indecentes en un baúl que una vez contuvo vida, expresión, arte… vida, y que ahora, vacío en mentiras y autocomplacencias, cerramos por si acaso se nos ocurriese mirar dentro y nos enterásemos de que está vacío, que lo vaciamos cada enero, cada verano, cada vez que tenemos nuestra dosis y alguien determina que es suficiente.
Ya ha acabado, una vez más, la cuota establecida de sensibilidad, de esa libertad que nos otorga el mecenazgo que nos sostiene, y que muchas y muchos desperdiciamos en contentar a quien nos importa un bledo; en sonreír para tapar nuestro hartazgo, con una careta falsa; en cantar por no llorar en las esquinas, abrazados a quien hemos engañado…
Ya ha acabado, no es necesario seguir con la pantomima. Ahora podemos continuar, contentos por haber pasado un nuevo año, y con esperanzas de que este sea mejor. Esperanzas que se nos olvidan en cuanto son violadas por el día a día y por las caras que reflejan precisamente tal violación. Violadas con nuestra propia presencia.
Son violadas y no exigimos reemplazo ni pedimos justicia, sino que dejamos que nos las sigan violando cada día, con la única esperpéntica aspiración de que un día, no muy lejano, nos otorguen un pequeño periodo en el que dejarán de hacerlo: el próximo fin de semana, la semana santa, las vacaciones de verano… Pero, aunque lo sentimos, no nos queremos dar cuenta de que el domingo vuelven a violar nuestros sueños, nuestra libertad, nuestros deseos.
Y así día tras día, año tras año.
Y ahora vengo yo. A recordar a todo el mundo sus miserias. A levantar por enésima vez la alfombra de las vergüenzas que todos, más que esconder, atesoramos celosos de que alguien pueda venir a usurpárnoslas, y con ello hacernos supurar un poco de coherencia.
Y eso es lo que pretendo al asegurar que ya no somos personas. Que somos la escoria que alguien se encargó de fabricar con unas cajas de cartón, un poco de leña y un trozo de nuestro corazón. Después, una vez tostado, envasó todo con papel de rancia escuela, al que llamó educación, y lo mandó a producir muchos como nosotras, a muchas como nosotros.
Y aquí estamos. Dándoles las gracias por lo que hicieron y creando más. Más como nosotros, para servirles a ellos. Los creadores.
¿Y ahora qué? Pues nada. Ahora absolutamente nada. A seguir con el simulacro de pensamiento, la entelequia del sueño programado, la ficción de tener un futuro que suponga una muerte en paz con nosotras y nosotros mismos, a dejar, día tras día, un camino pisado y embarrado que una vez significó nuestra esencia. Y a esperar la muerte.
Nadie nos dijo que esto tuviese que funcionar, pero sí que nos engañaron vendiéndonos la moto de que podríamos imaginar que alguna vez llegaríamos a ser adultos, y con ello a poder decidir sobre nosotros mismos y nuestras aspiraciones ¡Nos dejaron soñar tanto…!
Y lo cierto es que aun nos siguen dejando. Cada fin de semana, cada puente festivo… cada navidad… pensamos y anhelamos que cuando acabe todo sea diferente, que podamos seguir sintiéndonos libres de poder disfrutar. Ansiamos no tener que rendir cuentas a terceros, ni prostituir nuestra vida para otros, ni la de nuestra familia, hijos que no vemos porque los tenemos alquilados al sistema, compañeras/os de vida de los que no disfrutamos porque también a ellos los han privatizado. Amor, sexo, amistades… todo lo se lo han quedado. Es nuestro, pero nos lo han robado. Y nos los prestan de vez en cuando, a cambio de nuestra vida. Y las de ellos.
Se ha acabado la navidad. Nos han soltado un rato por sus prados, y hemos pastado la hierba que nos han vendido. Ahora toca regresar y continuar amamantando la bestia que nos comerá, fornicando con quien solo nos quiere violar. Y sin duda lo harán hasta que exhaustos caigamos de bruces, sangrando por la entrepierna y suplicando que paren, que ya somos viejos y que no podemos dar más. Y pasará que nos dejarán en paz, y nos olvidarán. Y eso será peor.
Queridas, queridos, sabemos que es la verdad.
No es mucho lo que se puede hacer, es cierto, sobre todo porque en este juego no tenemos cartas, solo existen las de ellos y no las podemos ver, pero eso nos da ventaja. Primero porque no necesitamos pensar con que palo salir, y segundo porque no se lo esperan.
Vivamos, esa es la palabra. Confiemos en nuestras propias posibilidades para hacerlo. Obliguémonos a sonreír a las desconocidas que nos cruzamos por la calle sin necesidad de mirarles los pechos, digamos buenos días al entrar en un bar lleno de gente sin esperar respuesta; abracemos siempre que nos sea posible, a cualquiera, creámonos capaces de hacer felices a otras personas, de besar, llorar y aprovechar cada segundo de nuestra vida para sentir; olvidémonos de ser rentables, productivos o de tener miedo a perder el tiempo por mirar un segundo mas el cielo, las nubes, las estrellas… ¿Os habéis fijado que también nos han robado las estrellas? Mirad al cielo, ya no están. Jamás neguemos afecto, exijamos estar con los nuestros por encima de cuadrar los números de una empresa que ni siquiera es la nuestra, aun a riesgo de ser despedido, pues si de hambre se acaba muriendo, sin afecto se muere en vida.
Quizá una lista escrita con sonrisas, con momentos íntimos, con sabores a nuevo, y olores de antaño; con besos, fiestas y abrazos, suponga el reto de volver a ser nosotros mismos, nosotras mismas. La diferencia entre existir o ser fabricados. Quizá no sirva para nada, pero jamás será tan inútil como acabar la colección de insectos disecados; o pretender rebajar lo que nos sobra en un gimnasio que odiamos; o aprender inglés gastando los recursos que nos permitirían viajar, si tuviésemos tiempo…
Tenemos que escalar los oscuros muros de este absurdo agujero en el que hemos caído. Tenemos que iluminar un día con el sol que nos han tapado. Tenemos que abrazarnos y tocarnos, y recordar que un día, hace no demasiado, fuimos seres humanos.

Texto: Toño Diez
Articulo aparecido en el nº5 de la revista literaria Dissiden Tales.
 

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http://revistadissident.blogspot.com.es/2015/01/n5-de-dissident-la-revista.html
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