Subastado el interior de nuestra piel
Vale, venga. Ya está. Ya ha pasado.
Ya volvemos a ser los y las de
siempre; personas sin espíritu, grises cuerpos deseando que llegue la noche y
poder descansar de un trabajo que nos ha de llevar a la subsistencia corporal,
para alimentarnos de los sueños que hace un mes eran deseos regados con cava,
esperanzas anuales por ser personas; gente inmune a asteriscos que aparezcan en
nuestro camino en forma de recordatorios de que existe un mundo allí, un poco
más a lejos de nuestra piel, y que merece la pena vivirlo, personal que al
hablar resuena como ecos indecentes en un baúl que una vez contuvo vida,
expresión, arte… vida, y que ahora, vacío en mentiras y autocomplacencias,
cerramos por si acaso se nos ocurriese mirar dentro y nos enterásemos de que
está vacío, que lo vaciamos cada enero, cada verano, cada vez que tenemos
nuestra dosis y alguien determina que es suficiente.
Ya ha acabado, una vez más, la cuota
establecida de sensibilidad, de esa libertad que nos otorga el mecenazgo que
nos sostiene, y que muchas y muchos desperdiciamos en contentar a quien nos
importa un bledo; en sonreír para tapar nuestro hartazgo, con una careta falsa;
en cantar por no llorar en las esquinas, abrazados a quien hemos engañado…
Ya ha acabado, no es necesario seguir
con la pantomima. Ahora podemos continuar, contentos por haber pasado un nuevo
año, y con esperanzas de que este sea mejor. Esperanzas que se nos olvidan en
cuanto son violadas por el día a día y por las caras que reflejan precisamente
tal violación. Violadas con nuestra propia presencia.
Son violadas y no exigimos reemplazo
ni pedimos justicia, sino que dejamos que nos las sigan violando cada día, con
la única esperpéntica aspiración de que un día, no muy lejano, nos otorguen un
pequeño periodo en el que dejarán de hacerlo: el próximo fin de semana, la
semana santa, las vacaciones de verano… Pero, aunque lo sentimos, no nos
queremos dar cuenta de que el domingo vuelven a violar nuestros sueños, nuestra
libertad, nuestros deseos.
Y así día tras día, año tras año.
Y ahora vengo yo. A recordar a todo
el mundo sus miserias. A levantar por enésima vez la alfombra de las vergüenzas
que todos, más que esconder, atesoramos celosos de que alguien pueda venir a usurpárnoslas,
y con ello hacernos supurar un poco de coherencia.
Y eso es lo que pretendo al asegurar
que ya no somos personas. Que somos la escoria que alguien se encargó de
fabricar con unas cajas de cartón, un poco de leña y un trozo de nuestro corazón.
Después, una vez tostado, envasó todo con papel de rancia escuela, al que llamó
educación, y lo mandó a producir muchos como nosotras, a muchas como nosotros.
Y aquí estamos. Dándoles las gracias
por lo que hicieron y creando más. Más como nosotros, para servirles a ellos.
Los creadores.
¿Y ahora qué? Pues nada. Ahora
absolutamente nada. A seguir con el simulacro de pensamiento, la entelequia del
sueño programado, la ficción de tener un futuro que suponga una muerte en paz
con nosotras y nosotros mismos, a dejar, día tras día, un camino pisado y
embarrado que una vez significó nuestra esencia. Y a esperar la muerte.
Nadie nos dijo que esto tuviese que
funcionar, pero sí que nos engañaron vendiéndonos la moto de que podríamos
imaginar que alguna vez llegaríamos a ser adultos, y con ello a poder decidir
sobre nosotros mismos y nuestras aspiraciones ¡Nos dejaron soñar tanto…!
Y lo cierto es que aun nos siguen
dejando. Cada fin de semana, cada puente festivo… cada navidad… pensamos y
anhelamos que cuando acabe todo sea diferente, que podamos seguir sintiéndonos
libres de poder disfrutar. Ansiamos no tener que rendir cuentas a terceros, ni
prostituir nuestra vida para otros, ni la de nuestra familia, hijos que no
vemos porque los tenemos alquilados al sistema, compañeras/os de vida de los
que no disfrutamos porque también a ellos los han privatizado. Amor, sexo,
amistades… todo lo se lo han quedado. Es nuestro, pero nos lo han robado. Y nos
los prestan de vez en cuando, a cambio de nuestra vida. Y las de ellos.
Se ha acabado la navidad. Nos han
soltado un rato por sus prados, y hemos pastado la hierba que nos han vendido.
Ahora toca regresar y continuar amamantando la bestia que nos comerá,
fornicando con quien solo nos quiere violar. Y sin duda lo harán hasta que
exhaustos caigamos de bruces, sangrando por la entrepierna y suplicando que
paren, que ya somos viejos y que no podemos dar más. Y pasará que nos dejarán
en paz, y nos olvidarán. Y eso será peor.
Queridas, queridos, sabemos que es la
verdad.
No es mucho lo que se puede hacer, es
cierto, sobre todo porque en este juego no tenemos cartas, solo existen las de
ellos y no las podemos ver, pero eso nos da ventaja. Primero porque no
necesitamos pensar con que palo salir, y segundo porque no se lo esperan.
Vivamos, esa es la palabra. Confiemos
en nuestras propias posibilidades para hacerlo. Obliguémonos a sonreír a las
desconocidas que nos cruzamos por la calle sin necesidad de mirarles los pechos,
digamos buenos días al entrar en un bar lleno de gente sin esperar respuesta;
abracemos siempre que nos sea posible, a cualquiera, creámonos capaces de hacer
felices a otras personas, de besar, llorar y aprovechar cada segundo de nuestra
vida para sentir; olvidémonos de ser rentables, productivos o de tener miedo a
perder el tiempo por mirar un segundo mas el cielo, las nubes, las estrellas…
¿Os habéis fijado que también nos han robado las estrellas? Mirad al cielo, ya
no están. Jamás neguemos afecto, exijamos estar con los nuestros por encima de
cuadrar los números de una empresa que ni siquiera es la nuestra, aun a riesgo
de ser despedido, pues si de hambre se acaba muriendo, sin afecto se muere en
vida.
Quizá una lista escrita con sonrisas,
con momentos íntimos, con sabores a nuevo, y olores de antaño; con besos,
fiestas y abrazos, suponga el reto de volver a ser nosotros mismos, nosotras
mismas. La diferencia entre existir o ser fabricados. Quizá no sirva para nada,
pero jamás será tan inútil como acabar la colección de insectos disecados; o
pretender rebajar lo que nos sobra en un gimnasio que odiamos; o aprender
inglés gastando los recursos que nos permitirían viajar, si tuviésemos tiempo…
Tenemos que escalar los oscuros muros
de este absurdo agujero en el que hemos caído. Tenemos que iluminar un día con
el sol que nos han tapado. Tenemos que abrazarnos y tocarnos, y recordar que un
día, hace no demasiado, fuimos seres humanos.
Texto: Toño Diez
Articulo aparecido en el nº5 de la revista literaria Dissiden Tales.
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