domingo, 31 de marzo de 2013

Libertad precipitada (Fragmento del capítulo homónimo del libro Borrador de un libro en blanco)


        


Libertad precipitada 
(Fragmento del capítulo homónimo del libro Borrador de un libro en blanco)



         La automática atonía del silencio me situaba en el limbo de los pensamientos, donde no se produce nada, donde nada se siente, donde nada se espera. Pero donde se espera eternamente.
         Los dedos, de nuevo, deslizándose al compás de la incesante lluvia por el camino marcado por sus gotas. La mirada fija, pero perdida.
         Reflejo o realidad, marcaban sendos caminos bajo los ojos, pero estos no se detenían bajo un marco, sino que se precipitaban camino abajo, como buscando la mezcla entre la liberación y el suicidio, sin saber, que fuese como fuese lo que decidiesen, ese era su destino inevitable, al escapar de los inflamados párpados.
         Libertad precipitada.
         Insensibilidad natural de la roca. Tan fría en el rostro, como en la punta de los dedos que acariciaban el cristal. Corazón roto y tiempo acabado.
         El sonido entrecortado de cada una de las palabras de Carmen, contándome la amarga historia mientras las palabras le rasgaban la garganta, seguía resonando como un inacabable eco, dentro de mi cabeza. Se mezclaba con mi propia historia, se amasaba y me confundía. A veces no sabía si era mía o la de otra persona. No sabía si estaba viva, o sólo era el alma de Alma. Pues tal era el nombre de la niña. Y ahora, se mezclaba con el mío.
         “Mañana hará dos años que salió de casa. De esta casa. Y nuca volvió”.
         Y el fantasma de esa familia, había vuelto. Y había vuelto a escapar. Conmigo, pero yo había vuelto sola.
         La diferencia era que yo había regresado, con mis necesidades y miedos, con mis problemas y dificultades... conmigo, en lugar de con ella. Conmigo, pero sin Alma. Sin alma.
         Y regresé. Y para ellos eso supuso el mazazo de la agonía, pues la esperanza de la espera se tornaba vana al no ser yo, la que esperaban. Y yo lo sentía. ¡Dios como lo sentía!
         Habría dado la mitad de mi vida por haber sido yo la que esperaban. Por haber sido yo, quien ellos hubiesen querido que fuese.
         Habría dado yo, la otra mitad, por haber sido ella. A cada uno le habría dado yo, toda mi vida, sólo porque hubiese vuelto. O mejor, se la habría regalado a ella.
         Habría dado tanto...
         Pero era yo, y aunque no supiese ya quien habitaba mi cuerpo, era yo. Y su sufrimiento por ello, empapó todo mi ser. Pensé en solucionar lo aborrecible, quizá actuando como esperaban, porque ya lo conocían. Quizá desaparecer como ella lo hizo, cuando su imagen pasó de ser, a convertirse en una foto.
         Desaparecer en el mar.
 




 Texto: Toño Diez. 
 Foto: Iván Arencibia.


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