miércoles, 13 de marzo de 2013

El trabajo que lleva conmigo...


          A una buena amiga.

El trabajo que lleva conmigo...


          Él prometió no esconderse tras las excusas y, a cambio, lo hizo tras las letras.
          Ella advirtió no atender a las súplicas, pero las buscó entre las palabras.
          Él, empeñado en no hacer el ridículo, tropezaba de continuo con la idiotez torpe de sus actos.
          Ella, prometiéndose no ser el escudo de nadie, se tatuaba continuamente enrejados de confesionario en sus mejillas.
          Y es que, cuando las palabras no consiguen explicarse, son los actos, los gestos y el tiempo, lo que convencen y vencen las inquietudes.
          Cuando los vacíos corazones, rellenos de soledad unos, de ingenuas expectativas otros, de ansiedad por el futuro los primeros, de ataduras y reproches los segundos, se enfrentan, solo pueden avanzar. Y así, agarrados de las manos temporales de la necesidad virtual, sólo andan, sin destino prefijado, sin principio oculto.
          Y son las palabras extrañas, las frases lejanas, escritas con trazos cuadriculados, las que acercan única y exclusivamente, lo real a lo cibernético. Y son esas mismas palabras las que, dentro de un recuadro iluminado, producen pasiones, añoranzas y recreos. Y también traiciones.
          A veces, los puñados de bits, caen de forma desesperada, como teniendo prisa por correr. Correr un espacio no mucho mayor de 15 pulgadas, pero que son millas en un corazón. A veces, esos puñados no lo son, sino puñetazos que con furia, se descargan contra el enrejado, creado y colocado ahí, también para tal fin.
          Pero también siguen circulando, uno detrás de otro, electrones de generosa amistad. Sinceras palabras que intentan singular lo plural, adornando una realidad plana, dura, cobarde, dolorosa y agresiva.
          Palabras que cotizan en valores internos. Palabras que rellenan los huecos dejados tras las añoranzas de una vida diferente o por el olvido de un pasado recurrente. Palabras que animan, buscan de cada uno lo mejor, que olvidan de los dos, la idiotez. Que escudan tras el anonimato, sonrisa, lágrimas y mentiras. Mentiras que no son sino insensatas verdades, intensas y escondidas, en lo más profundo de cada corazón. Sin razón.
          Risas y quejidos, bocas torcidas y guiños de punto y coma. Uves que son be, y jotas que siempre son aragonesas.
          Y cada cierto tiempo, atonías. Golpes en la mesa y toques de atención, pues donde uno no llega en la tierra, lo busca en el infierno. Y si en la puerta, es el otro quien espera, circulan los dos hacia adentro.
Después... espera.
          Con paciencia, espera. Determinación callada en el universo obtuso del ciberespacio. Y vacía el tiempo, como esperando la dimisión, y deseando el regreso. Buscando el reemplazo, sin encontrar encanto.  Grita, casi susurrando, que pase el tiempo.
          Y recompensa. Recompensa por el trabajo, con más palabras, mas frases, más escritos, igual de fríos, cuadrados también, pero más intensos. Porque tras la espera y la decepción, entre dos, siempre quedan…dos.
          Más tarde, espera, empleo, pensamiento y proyecto. Todo dedicado, todo inyectado. Disimulo completado de sinceridad, como el cuervo negro que parece mirar de reojo, para comer el pan que se le ofrece, porque no puede verlo de frente.
          No hay perdón, porque no hay desdicha. No hay excusa, porque no hay razón. Sólo premio, porque existe amistad. Y la amistad, es el mejor regalo.
          Y, de este modo, lo que la molestia hizo del momento, estúpido, el torpe intento de ser bello, convierte el fallo, en simpatía.
          Y volver. Por último, volver. Y volver a tener, palabras que son letras; momentos que son los nuestros; esperas que son eternas... o cortas. Volver a tener un poco más de tiempo, donde poder hablar, contar y sentir, que se puede vivir, detrás de ti. Delante de mí.
          Así, aquí no hay perdón, disculpa o enojo, sino agradecimiento por estar.
          Gracias por estar y por sentir a la vez que yo.
          A una buena amiga.

 

 Texto: Toño Diez. 
 Foto: Nicolás Saracchini.

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