viernes, 22 de febrero de 2013

La vida




La vida
         

          Mientras la oscuridad continúa, espero. Me pregunto, cuanto veneno sería capaz de soportar mi cuerpo. Si el tóxico es leve ¿sería posible disfrutar?
         “En el momento de nacer, comencé a morir”. Es un tópico típico de los momentos pseudofilosóficos de tres o cuatro de la madrugada, con un rulante cigarro liado de mezcla levemente tóxica en una mano, un litro de cerveza espumosa en la otra, las posaderas en una sucia acera, y los oídos en una vieja música de los años 70.
         “En el momento de nacer, comencé a morir”.
         Después la mirada baja al suelo, los brazos quedan colgando de las rodillas pero sin soltar ninguno de los dos objetos que han ayudado a pronunciar la profunda y liviana frasecita de marras.
         Los ojos se cierran unos segundos y la música se funde en el cerebro, que lejos de detenerse, funciona a cien por hora. La realidad se torna leve, superflua, estándar, poco interesante.
         El olor del perfume de la chica con la que he comenzado la noche, penetra mi nariz enamorándome por quinta vez en la misma noche.
         —Que rule, tío… —comenta la chica arrastrando las palabras.
         Yo le acerco lentamente el arrugado papel relleno de risa tonta, después de dedicarle una profunda aspiración a su parte trasera. Ella lo coge, repite mi gesto y, rodeándome con un brazo los hombros, me susurra profundamente al oído:
         —Si  en el momento de nacer, comenzaste a morir, eso quiere decir que la vida es un autentico veneno, que te mata poco a poco, te arrastra de dolor en dolor, te sangra y araña tus entrañas.
         —¡No jodas!
         —Sí tío sí. Pero ¿sabes lo peor de todo?
         —No, pero creo que me lo vas a decir
         —Sí. Lo peor de todo es que engancha. Es la droga más dura.
         —¡Uf…! —es lo único que acierto a decir– Qué jodienda…
         —Toma, fuma —me invita. Le hago caso.
         Fumo, bebo y vuelvo a fumar. Siento que todo funciona, mientras no ande nada. Siento que cuanto más me acerco a esa chica, más me alejo de mí. Y eso me gusta. Y siento que ella siente… lo mismo.
         —¿Tus amigos? —pregunta.
         Levanto la cabeza, miro alrededor. Nadie. Sonrío, bebo un trago. La miro. Es preciosa. La beso, me besa.
         —¿Follamos?
         —Claro.
 

          Toño Diez.



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